viernes, 27 de mayo de 2011

Lo supe (Frío)





Bebió champán de mis labios.
El trago, recorrió fresco y rebelde su lengua, y mientras, jactándose de una disciplina casi armónica, yo, absorta, observaba sus movimientos. Extendía los brazos, en la fracción de segundo que durara el trago, pero él; él tan magnánime y extraño, parecía recrear el instante, hacerlo eterno.

Sus palmas miraban al cielo; parecía un ángel caido en gracia, y no obstante, no le hacía falta despegar las halas para volar, como en ese instante él estaba haciendo.
Sus labios no dijeron palabra alguna, permanecían sellados; su cuerpo tenso, como si estuviese a punto de saltar (o salir volando), como si de pronto yo hubiese dejado de significarlo todo, para significar nada.

Entonces abrió los ojos, con una refulgente sonrisa en ellos. Allí sentado, rodeado de flores malvas, en los jardines de Versalles, casí parecía salido de un cuento, como si hubiesen cambiado su ser y lo hubiesen transformado en el último de los pecados capitales.

Apenas dijo nada, mas pude sentir como me hacía el amor con la mirada, como recorría mi cuerpo con su boca.
Pude sentir como me amaba, y como ese amor era correspondido con un amor mayor al suyo.
Y supe, en ese mismo instante, que me quedaría allí sentada con él, que recorrería el mundo a su lado y que no me cansaría de tenerle junto a mí, allá donde nos llevaran nuestros pasos.





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