domingo, 27 de febrero de 2011

el sueño de una noche de verano


Una mujer hermosa se esconde tras esa máscara, no me cabe duda.

Su cuerpo es esbelto, y bajo las ropas parece insinuarse y potenciar cada curva de su cuerpo, no obstante, lo más impresionante no es su cuerpo (que lo es), si no su mirada y el redoble de tambores oculto bajo ella.

Le tomo la mano y la saco fuera.
Ella me sigue sin mediar palabra, como si su inmensa belleza fuese el antagónico resultado de sus escasas palabras.

La noche ha caído en picado.
Mis pies están agotados tras las incesantes horas de baile, sin embargo, mi cuerpo me pide más ritmo, más vida...

La luna aún no ha salido del todo, quizá porque ha quedado medio oculta tras las finas nubes.

-¿Como te llamas princesa? - le pregunto sin censura y falto de vergüenza.

Para entonces ya la conozco bien, ya conozco sus vivencias, sus secretos... ya conozco su alma.

Sin embargo no conozco nada, no conozco su nombre, no conozco su voz, no conozco su rostro...

-Elizabeth- me dice.

En su voz puedo reconocer, voz contenida, quizá algo de nerviosismo.

Su voz y su nombre me recuerdan a una mujer que una noche apareció en mis sueños.

Espero que ella pregunte mi nombre, sin embargo no aparece esa muestra de cortesía en ella.
Es más, ella me sorprende, con un acto; un acto impoluto, simple y halagador.

Sus brazos de estiran tras su cabeza. Sus dedos, juguetean con su pelo y el lazo de detrás de la nuca, hasta que de pronto la máscara cae.

El ruido de ésta al caer contra el suelo, no es mayor que el ruido que hace mi corazón al estamparse de lleno (y de pronto) contra mi pecho.

Elizabeth, no es un sueño.

sábado, 26 de febrero de 2011

Baile de máscaras



Me siento segura. La máscara me protege.

El sol me ciega, y aún a cubierto, tengo la intensa y penetrante mirada del gran astro, sobre mis hombros.

Una mujer de mediana edad me observa. Por su mirada deduzco que desaprueba mi aspecto : "Envidia" me digo.

Dirijo mis pasos al centro de la pista y espero a que un príncipe enmascarado aparezca y me haga bailar.

No me ando con sutilezas, allí en medio de la pista, me siento libre (parte de culpa tiene la máscara, roja y negra, que tapa mis ojos) así empiezo a bailar.

Muevo las caderas a un ritmo descompasado y rebelde.

La cara se me estira de pronto en una sonrisa, cuando una mano, áspera y no demasiado grande me roza.

Un enmascarado me saca a bailar, sin censura y sin decoro (como antes habían sido rebeldes mis pasos), y sé por esas, que me tendrá bailando quizá hasta la media noche.
Me siento joven.

Su mirada (tras la máscara azul- dorada) penetra cada célula de mi ser. Sé que me implora, que cuestiona mi identidad: "¿Quién eres?" me perfora.

Mis ojos verdes deslumbran bajo la luz artificial (lo sé a pesar de no mirarme; estoy tan emocionada...), chispeantes gritan: "Elizabeth, Elizabeth... " quiero que lo entienda.

Nuestros cuerpos siguen dando vueltas, bajo la capa de la ignorancia, el suspenses y la magia de una cita improvista. Apenas oigo la música.

Mis pasos se olvidan de mis 25 años, mis caderas ignoran mis inseguridades y mis falsas respuestas... el baile me contesta.

La música se detiene de pronto, nuestros pasos también.
Mis ojos observan los suyos, los suyos observan los míos.

La música vuelve a sonar, mas esta vez no nos movemos. Nuestras miradas conversan, se cuentan Dios sabe qué secretos.

Pero en aquel instante no me importa, yo confieso.


jueves, 24 de febrero de 2011

Recuerdos



Me acerco lentamente. Cada uno de mis pasos me trae un recuerdo.

Cuatro pasos más... pasos lejanos, de antaño.
Pasos de cuando era propia, cuando mi vida era mía y me gustaba poseerla; cuando mi cuerpo vagaba al son de mis pensamientos, y mi alma danzaba al ritmo de la luna llena (como joven enamorada).

Primer paso...

Un laberinto y una voz: "¡ven, sígueme!" me dice la voz hipnótica.
Yo le sigo sin pensarlo, lo busco... él me espera.
"¿Dónde estás?" le pregunto con la voz alzada. Sé que no recibiré respuesta.

Aún me pierdo más entre árboles y sauces llorones que no desprenden lágrimas:"¿Los árboles lloraran?" me pregunto.
Yo sin embargo lloro porque lo he perdido, él no está.
Ahora el bosque deja de ser un laberinto, es una cárcel.
Ya no hay nada, todo árbol, todo movimientos se convierte ahora en prisión. Cadena perpetua.

Un paso más...

Huele a tila y melisa.
Mi madre está en la cocina preparándose una infusión.
Entreabro la puerta, como un ratoncillo en busca de queso. Apenas la veo.

Su pelo rojo y encrespado le da un aspecto atolondrado y encantador. Su cuerpo se mueve al ritmo de una música que no conozco y que ella tararea. Mi madre es hermosa.

Se gira con cuidado (sabe que estoy ahí), su intención no es sorprenderme (tengo por costumbre curiosear donde no debo) "He hecho para ti también".
Se sienta en la silla de la abuela. Hablamos, bebemos... mientras dura la infusión somos cómplices. Ella lo sabe, sonríe mientras yo me pierdo en los finos hilos del humo.

Tercer paso...

Una frase breve y sutil: "Llegarás al séptimo cielo".

Le confieso mi inocencia; le susurro que desconocía los secretos del cielo, le comento (como dejándolo caer) que desde luego y desde que está conmigo, el cielo ya no esconde secretos.

Él no dice más, sólo me observa.
Después, nos fundimos en un beso, largo, eterno... efímero; se marcha.
Yo suspiro.
Su alma es cálida y fuerte, y yo (por extraño que parezca) soy el ángel caído, el árbol torcido... que a conquistado su alma.
Me siento ladrona; ladrona de inocencias. En aquel momento no me importa.

Último paso.
Aquel hombre me mira, sin duda ansioso.
Un nuevo recuerdo, no tan lejano como el resto me invade.

"Mark, estoy lista", pero Mark no está, he tirado del hilo y éste se a roto.
Me acurruco en la estufa y lloro sin saber porqué.
Mi ángel; a evocado a mi ángel (y eso duele; duele mucho).

Así lloro, dejo que el rimel me embadurne la cara.
Me suelto el pelo y así dejo escapar mis jadeos. Duele, duele, duele...

Y de pronto él aparece, la imagen de un ángel que ya no es.
Su rostro, su mirada, su alma inocente robada...

Y lloro. Lloro como nunca antes había llorado.
Embadurno mi cara, sin importarme. Lloro, lloro...

Mi ángel me abraza, suspiro y me quedo dormida.

Vuelvo a la espesa realidad.

-Estás hermosa, mujer- me dice el hombre.
Yo lo observo.

No es guapo, ni arrogante... no es un tipo flamante, es un borracho.

Me alejo y saco una botella de vino. La descorcho y se la entrego.

-Y ahora... ¡vete!

No soy capaz de ser más fría.

-Pero, ¿y nosotros...?- murmura.

-Pobre estúpido, ¿Cuál fue tu error? pensar.
Pensaste que algún día sería tuya; bien lo sepas. Yo jamás volveré a ser de nadie.

La casa se queda vacía. Suspiro y voy a por una copa.
¡El muy mamón me a dejado sin vino!

miércoles, 23 de febrero de 2011

Un cuento de hadas


Su piel es fina y suave.

En mis manos aún queda impregnado el tacto de su sedosa carne. En mis ropas, retenido, el dulce aroma de sus besos, y en mi ser la fragancia de su su porte.

Ella observa la ciudad desde su ventana.
Sus ojos parecen perdidos, como lo he estado yo.
Su cuello parece palpitar bajo su cabellera rojiza...

Todo su cuerpo parece pura sensualidad, como si hubiese sido hecha adrede para tentar al hombre débil :"como yo" se dice

Cuando mi mano toca su esbelto cuello, su labio tiembla. Su fachada bien construida parece tambalearse en un efímero segundo, después impasible se gira. Me besa en la boca:

-No deseo que este día acabe- Le digo, sorprendiéndome de mis palabras

Sin embargo no añado más, espero a que cavile, a que piense en su siguiente paso.

-Siempre me han hablado de los cuentos de hadas. Parece demasiado lejano, pero... siempre me he creído una princesita, no lo soy, eso lo sé, pero he necesitado ilusionarme demasiadas veces. Hoy quiero escribir un cuento Mark; un cuento que perdure en nuestra mente, pero que finalice a media noche. La luna nos unió y la luna nos separará, ¿no crees que suena bien?

-Cada vez me sorprendes más "princesa" - Ella sonríe- ¿Qué propones?

-Vas a regalarme una magnífica noche con esos 23 euros que tienes en la cartera, no es gran cosa, pero estoy segura de que harás de la de hoy la mejor de mis noches.

Ella se aleja con paso decidido, encaminándose a su alcoba.

-¡Espera un segundo!

Ella impasible y hermosa se gira, concisa y exuberante.

-¿Has mirado en mi cartera? ¡No puedes hacer eso!- Le imploro

Ella sonríe y después añade:

-En realidad puedo hacerlo y por eso lo he hecho.

Se acerca a mí con sus pasos de felina, su naturalidad es tan extravagante... Suspiro

-Espérame, volveré...

Después se retira a su cuarto : "como si nada hubiese pasado" pienso.

Deshago la idea con un leve giro de cabeza y después me siento. A esperar.

martes, 22 de febrero de 2011

Una mañana movidita



Suspira una vez más, después se sienta en su silla, con la gracia de una mujer un tanto atolondrada (muslo bajo las nalgas y sonrisa en la cara).

Coge la cucharilla de plástico y revuelve el café con ganas, como si así su amargor desapareciese. El café se desparrama, y un sinfín de gotitas impregnan la mesa. A ella no le importa.

Sorbe el café con desagrado, mientras, con aire de indiferencia habla consigo misma:
"Debería comprarme una nueva cafetera, que haga café, ¡no agua sucia!... pero venga Elizabeth, ¿a quién quieres engañar?, este café da asco, porque tú quieres. Quizá deberías cambiarte a la leche fría"

Ella se remueve en su asiento claramente incomoda.

La silla de madera ( herencia de su abuela), se le clava en las nalgas desnudas, y el respaldo, deja de cosquillearle y empieza a raspar su esbelta espalda.

Tira el café a la papelera, sin miramiento alguno.

Después se atusa el pelo, mirándose en el espejo, sin mirar.
Sus pensamientos van y vienen, del espejo a su cama, de la cama al espejo...

Bajo las sabanas se esconde, a medio tapar, el cuerpo de un hombre que no conoce, y aquello, por primera vez, en vez de darle morbo le da lástima.

"Ya ni el sexo te satisface; ni el juego ni el placer. Quizá deberías plantearte enserio el comprarte una buena cafetera" muy a su pesar sonríe.

Esta mañana se siente mal y sabe que es por puro remordimiento, sin embargo, quizá por pura cabezonería, no está dispuesta ha admitirlo. Le observa.

Cuerpo duro, bronceado,párpados suaves... le apetece tocarle. Y lo intenta.

Él de pronto se mueve entre sábanas, como habiéndole leído el pensamiento.
Ella sin embargo se queda quieta. No es fácil de sorprender, "ni de satisfacer, ni de contentar... " piensa.
Este pensamiento ensombrece su mente, la espesa, la aturulla, la embota...

-¿Vienes? - le pregunta él.

Ella se encoge de hombro, sonríe... y le tira la almohada a la cabeza.
Él se queda atónito, ella satisfecha.

-Me he cansado de esperar... ¿café?.

Escarcha en la mirada



Piel de escarcha y sonrisa de hielo. Ojos tenues y vivaces. Un aire extravagante, ambiguo y peligroso. La inevitable atracción fatal.

Él merodea por las calles, protegido bajo la capa de luz negra y nubes espesas de la noche.

No hay estrellas, y el vacío del cielo prácticamente le provoca nauseas: "Ojalá pudiese vomitar... aunque quizá así me sintiese más vacío aún"

La noche le conduce a saber qué páramo.
Él, necesita adrenalina pero no tiene su moto; "ni un cigarro, ni un amigo..." se dice

Quizá si sonriese más (o mejor) la noche no lo perturbaría tanto, pero lo cierto es, que inevitablemente, le gusta ser perturbado : "Quizá cuando muera me toque descansar, ahora de momento mejor tentar a la suerte..."

Y la suerte esta vez le sonríe. Aparece una estrella.

Pelo rojo, ojos intensos, sonrisa pícara y luz propia.
Ella resplandece en la oscuridad como si tuviese una linternita escondida bajo los matices rojos de su pelo ondulado.

Cuando ella lo mira ( y chequea de un vistazo, como buena mujer), él parece anonadarse.

-Te esperaba- le dice

Él la observa conmovido y un tanto expectante: "Qué mujer más extraña, exuberante... y mal que me pese, irresistible"

Así, él se encoje de hombros, se cobija bajo su chupa de cuero negra y después sonríe, rompiendo hielo y escarcha al mismo tiempo.