Coge la cucharilla de plástico y revuelve el café con ganas, como si así su amargor desapareciese. El café se desparrama, y un sinfín de gotitas impregnan la mesa. A ella no le importa.
Sorbe el café con desagrado, mientras, con aire de indiferencia habla consigo misma:
"Debería comprarme una nueva cafetera, que haga café, ¡no agua sucia!... pero venga Elizabeth, ¿a quién quieres engañar?, este café da asco, porque tú quieres. Quizá deberías cambiarte a la leche fría"
Ella se remueve en su asiento claramente incomoda.
La silla de madera ( herencia de su abuela), se le clava en las nalgas desnudas, y el respaldo, deja de cosquillearle y empieza a raspar su esbelta espalda.
Tira el café a la papelera, sin miramiento alguno.
Después se atusa el pelo, mirándose en el espejo, sin mirar.
Sus pensamientos van y vienen, del espejo a su cama, de la cama al espejo...
Bajo las sabanas se esconde, a medio tapar, el cuerpo de un hombre que no conoce, y aquello, por primera vez, en vez de darle morbo le da lástima.
"Ya ni el sexo te satisface; ni el juego ni el placer. Quizá deberías plantearte enserio el comprarte una buena cafetera" muy a su pesar sonríe.
Esta mañana se siente mal y sabe que es por puro remordimiento, sin embargo, quizá por pura cabezonería, no está dispuesta ha admitirlo. Le observa.
Cuerpo duro, bronceado,párpados suaves... le apetece tocarle. Y lo intenta.
Él de pronto se mueve entre sábanas, como habiéndole leído el pensamiento.
Ella sin embargo se queda quieta. No es fácil de sorprender, "ni de satisfacer, ni de contentar... " piensa.
Este pensamiento ensombrece su mente, la espesa, la aturulla, la embota...
-¿Vienes? - le pregunta él.
Ella se encoge de hombro, sonríe... y le tira la almohada a la cabeza.
Él se queda atónito, ella satisfecha.
-Me he cansado de esperar... ¿café?.
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