viernes, 6 de mayo de 2011

En tu vida y en la mía (Frío)





Me aseguré primero de que no hubiese nadie cerca, después me encerré en mi piso, como otras tantas veces hubiera hecho.




Hacía tiempo que necesitaba estar sola.




Mi vida tal como la conocía, había cambiado en apenas un instante, combirtiendo el tedio en absoluto nerviosismo.






Creí que no volvería a enamorarme, y no lo había hecho.




No... hacía tiempo que había olvidado lo que era querer, quizá demasiado empecinada en aferrarme a un amor pasado, había desmoronado mi muro de cristal y hielo, y no había quedado nada.






Absolutamente nada.




Hacía tiempo que había olvidado lo que era una caricia, tiempo desde que el sexo no significase nada... Mas Mark era un suspiro, mi bocanada de aire en el mar (que me ahogaba sin remedio).





En ocasiones había ansiado destrozarlo, destruir su existencia y hacerle ver que yo era una mujer gélida, una marmórea estatua que no hacía sino fingir felicidad.




Pero no podía.




Quizá me había acostumbrado a quererle de manera desinteresada, quizá tenía miedo de no volver a querer nunca, y él, tan inusualmente sencillo, me agarraba y hacía aferrarme a la extraña realidad.




No estaba muerta, y era él quien me demostraba que aún quedaba vida.





Mark era mi isla en el mar.




No obstante no podía dejar de pensar en un Daniel, que hace tanto había amado y aún, dijese lo que Ebie dijese, lo amaba.



Me había topado lágrimas en la almohada, tras una larguísima noche de insondables recuerdos que afilados cuan agujas se clavaban en la piel entre las uñas y la carne, y me desgarraban manos y pies, agarrotando de esta guisa cada célula de mi exhausto cuerpo.



Y Eric... Eric era la droga.




Él, hacía resurgir el recuerdo de aquel que me había enamorado. Y aún, empecinada como estaba en olvidar su parecido, aún, no podía sino comparar a ambos hombres.





Cuando él estaba cerca me faltaba el aire.




Cuando su cuerpo se acercaba al mío, y aunque sólo fuesen nuestras ropas las que se tocasen, sentía una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo, surcar mi nuca y posarse en mis labios.



Entonces, y sólo entonces, ansiaba besarle.



Ansiaba tenerle cerca y respirar su aire.



Y aunque mi corazón se agitase, cuando ambos esotéricos hombres se cruzaban en mi camino, yo sabía que la insondable coraza que mi corazón, como buen constructor, había alzado enredor de mi alma, sería un obstaculo difícil de saltar.



Mas aún si quien me torturaba era yo misma. Más aún, si no sabia amar y a quien hacerlo.




Así, me apoyé en la puerta, en el hole, mientras la noche caía. Yo caía con ella, en el profundo abismo de la vida.

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