miércoles, 22 de junio de 2011

Te salió mejor (Alma)



-No lo entiendo, después de todo, ¿qué haces aquí, conmigo, si tú fuiste quien decidió marcharse? no entiendo porque vienes ahora. ¿A quién no has encontrado para ser tú ahora el que me abre en canal?... bah! mejor no contestes, siempre fuiste tú el que me abría en canal, aún así no lo entiendo. Porque me reconfortas, ¿qué quieres seguir viviendo? Veo como se apaga tu tic-tac, pero tú sigues aquí, seguro de que yo no voy a poder matarte, ¿sabes lo peor? que yo también empiezo a pensarlo. Ángel, di algo...

La hubiese reconfortado incluso en el fin del mundo, y no obstante, su muerte se me hacía tan perversa como mi propia vida, quizá, por eso, ahora yo sentía un leve calor en mi regazo, y saber, que era su calor el que inundaba mi pecho, me confortaba hasta el punto de pensar que ella estaba viva, y que nuestra historia no tenía porqué acabar. Si no me hubiese ido...

-Yo siempre te reconfortaré, te daré calor... seré tu horno. Yo reconstruiré tu alma, y después me marcharé, tranquilo y sereno. No porque quiera hacerte daño Alma, sino porque tiene que ser así, si fuese una opción... pero no lo es. Yo me voy, ¿tú te quedas?

-Eres un maldito cabrón que no cambia más, y aún así sigo total y perdidamente enamorada de ti. Como el primer día. ¿Lo recuerdas?

"¿Cómo olvidarlo?" pienso para mí, y no obstante no puedo evitar reirme y llorar, porque ella estaba aquí, porque incluso después de muerta, era capaz de amarme. Igual que antes.

-¿Cómo olvidarlo?- le cofieso, mas sé la respuesta- aunque lo intenté, no creas. Intenté olvidarte, que acabase todo rápido. Pero la vida me la tiene jurada, y la puta muerte más...- me encojo de hombros- no les culpo. De todos modos- añado tras una pausa- creo que si no hubiese intentado irme del todo, ahora yo no podría sentir que tú estás aquí, no podría oirte... y eso es algo que no me hubiese podido perdonar jamás.

Ella se arrebuja en mi pecho, y después añade:

-¿A qué te refieres?

Yo me encojo de hombros. La aparto de mi lado, con cuidado, como si pudiese romperse, después me remango la camisa, enseñándole mis muñecas. Un gritito se escapa de su boca, cauteloso, tímido, como un niño pequeño.


-Intentaste suicidarte- añade temblorosa.


Yo vuelvo a encojerme de hombros y mientras me cubro las muñecas de nuevo digo:


-Ya ves, querida, a ti te salió mejor.



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