Tu mirada de seda penetraba el vacío y me absorbía, como si fusionases tus átomos y te convirtieses, de la noche a la mañana, en una máquina capaz de hacerme desaparecer, incluso de tus oídos.
Mirabas al vacío, y casi podía intuir en tu mirada mi silueta traslucida.
Casi, podía y con cuidado, desnudar tus pensamientos y hacerlos míos (por un instante, por un segundo... por un letargo). Y cada vez que acertabas con mi paradero (como si me sintieses) yo me revolvía, y todo en mi se hacía tan volátil, que casi desilusionada me olvidaba de todo, y me quedaba mirándote, mientras tú preservabas tu existencia, casi por casualidad.
Pero aquel día no me miraste.
Cogiste los fragmentos de una foto en blanco y negro, y la rompiste, entre lágrimas, como si quisieses borrar tus recuerdos y poco a poco deshacerte de ellos. Como si cada fragmento de la inexistente foto te asfixiase, y la rompieses por respirar (como si tal cosa).
Me acerqué a ti (por lo extrañada que estaba), tan curiosa como siempre yo.
Y en ese mismo instante (en ése y no en otro) vi a Marta, vestida de noche, con una sonrisa amplia y serena.
La mirabas con recelo, como si quisieses que fuese una extraña más (entre tantas). La mirabas con ansia y con desprecio, en esa maldita foto en blanco y negro, que la hacía parecer más guapa, más delgada (más a tu medida).
Entonces supe odiarte. Recordé cuanto te amaba. La recordé a ella.
Ella que te entregó su niñez, su esplendor, su inocencia, su felicidad y sus virtudes. Ella, que te robó los sueños, y tú el corazón. Recordé a Marta y cuanto la quisiste; tanto que jamás quisiste olvidarla, ni siquiera cuando estabas conmigo.
Y de pronto yo estaba allí, asfixiándote de veras, con mis manos cristalinas.
Ni siquiera protestaste cuando entre mis finos dedos se enredaba tu vida. Sabía que era cuestión de un momento, de un sólo instante.
Jugué con tu esplendor, con tu facilidad, con tu maldita existencia... no obstante cuando vi que tus ojos habían dejado de mirarme tuve miedo. Mucho más miedo del que yo jamás había sentido.
Y paré.
No pude explicar porque ni como, pero dejé de odiarte, de una forma casi inmediata, deje de sentir angustia.
Para cuando tú empezaste a jadear, yo ya estaba inundada en lágrimas. Apenas veía, con la vista nublada y la cabeza tan espesa. Te borraste de mi lado, de mi mundo.
Podía ver acabar tu vida, reducirse cada segundo y no obstante yo no podía matarte. Vivía atrapada en la maldita eternidad y para nada.
Entonces fue cuando me abrazaste, cuando una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, haciéndome sentirme viva (por una vez desde hacía demasiado tiempo), como habías hecho otras tantas veces.
Me arropaste en tu costado, como si supieses exactamente dónde estaba y cómo encajarme a ti. Como si no hubieses olvidado las tardes apoyadas en tu abdomen, como si supieses perfectamente encontrarme, aunque tu ya no me pudieses ver.
Como si jamás hubieses olvidado que yo formé parte de tu vida un día, hace no tanto.
Lo que yo no sabía era, que acabarías por olvidarlo todo.
2 comentarios:
Buen blog! Te sigoo:)
Muchísimas gracias Utopía, no había visto el comentario :$
Me alegro de que te guste, así que bienvenida a bordo! ;)
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