miércoles, 27 de abril de 2011

Nueva vida


Después de una oscuridad que se me antojo infinita, y tras plantearme la posibilidad de que mi plan hubiese sido un auténtico fracaso (además de la exasperante sensación de haber muerto para nada), se hizo la luz.

En un principio el viaje se me antojó tan largo, que llegué a pensar que aquella luz iridiscente (que tan deslumbrante me pareció) podrían ser las tan anunciadas puertas del cielo.

Recé para que no fuese así, cerré los ojos (si es que aún tenía ojos) y supliqué con toda la fuerza con la que fui capaz, que aquellas no fuesen si no las entrañas de la tierra que tan bien conocía (o creía conocer) y a la que desesperadamente necesitaba pertenecer.

¿Qué sería de mí y mi venganza si mi plan hubiese fracasado incluso antes de empezar?

No tuve que preocuparme de ninguna de las preguntas que iban surgiendo en mi mente pues, un fuerte tirón me sirvió para abrir los ojos y aparecerme en la tierra.

Junto a mi cuerpo inerte, se había formado un enorme charco de sangre (cosa que me impresionó muchísimo) y una aglomeración de gente, probablemente desesperada por tener qué contar en casa.

No obstante la primera nueva sensación que tuve en aquel nuevo estado en el que me encontraba fue la falta de aire.
El viento penetraba mi cuerpo, mas yo apenas lo sentía, y sin embargo, esa falta de oxígeno me permitía danzar al son de mi respiración de ultratumba, que poco tenía que ver con mi dificultosa respiración en tierra.

Después, me levanté (había tenido a bien de caer en el reguero de sangre que dejara mi cuerpo) tambaleándome como si estuviese demasiado ebria como para mantener el equilibrio, lo cual, me pareció aún más extraño que el echo de estar muerta (y coleando).

¿Acaso mi cuerpo no era inmaterial? (aquello me hubiese supuesto un contratiempo demasiado inoportuno como para dejarlo correr)

Mas pronto descubrí la respuesta.

La gravedad había cambiado, el tiempo era diferente, incluso la formación de los átomos se había vuelto simple e insulsa.

Descubrí con asombro, que la luz me traspasaba (como antes el viento lo había hecho) y que los cuerpos, irradiaban una luz iridiscente y penetrante, como si sus efluvios se hubiesen tornado energía.

El tiempo, se movía lento o desenfrenado, todo dependía de como osaba mirar más allá, las horas podían ser contadas.

Mil, treinta, doscientos...

Era capaz de ver la muerte o la vida, las vivencias, las creencias, los sueños, los pensamientos... de la gente de mi alrededor.

Podía tocar el tiempo y sentir como éste recorría mi cuerpo.

Podía sentir el palpitar de los corazones y como estos se iban agotando poco a poco...

Deseché toda idea de mi cabeza, e invité a la fascinación a un recóndito lugar de mi ser (para quizá luego recuperarla) y entornando los ojos (no estaba segura de que pudiese llamar ojos a aquellos que me permitían ver, mas era la mejor manera que tenía de describir mis traslúcidas pupilas) marché en busca de mi reliquia perdida. La venganza.


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