-Sigues aquí- Le dije.
"Como si no lo supiese" me regañé. Mis aturullado pensamientos no habían podido evitar, esconderme tras la puerta y observar de cuclillas (y cuando ella no parecía percatarse) aquella figura que se recalcaba en el fondo de la mesa redonda de la esquina.
Su mirada, parecía perdida observando, cauta,( y si se me permite la observación, recelosa) los adoquines de la calle de enfrente.
Las horas no parecieron pasar para ella, pues sus ojos, no se tornaron en momento alguno aburridos o exasperados, como los mío propios se había vuelto, cuando, con la brillantez de la niñez, me dí cuenta de que no parecía esperarme a mí.
Sin embargo ahí estaba, recostada contra el fino respaldo de la alta silla redonda, sin que en ningún momento nadie hubiese aparecido desde la acera de enfrente llevándosela consigo.
-Claro, aún no me has servido café- me dijo, tornando la vista hacia mí por primera vez desde que su larga espera durara.
En un principio su respuesta me pareció inflexiva y altanera; llegó a parecerme real hasta punto tal, que a punto estuve de servirle un café con una inmensa sonrisa de disculpa. Sin embargo, su sonrisa me hizo entrever que obviamente, me esperaba.
-Dejémonos de obviedades- le dije, con una voz que no reconocí como propia- ¿acaso no estás aquí para contarme el extraño motivo por el cual tus ojos han empezado a centellear?
Por un momento pareció sorprendida, mas enseguida pareció reponerse. Se llevó una mano a la boca, rasgando con sus dientes lo que parecía ser una manicura perfecta (no esperaba reacción tal por su parte, lo cual me dejó más trastocado a mí que a ella; parecía impenetrable) y tras este bravo (e impactante) gesto, se recostó contra el respaldo, cual gallina clueca que calienta los huevos de sus crías.
-Realmente tenéis un parecido indudable...- Y tras estás palabras comenzó su historia.
"Quizá no sea necesario explicar cuán dolorosa es la pérdida de un ser querido, como tampoco debería serlo, el saber que yo amé con la intensidad misma de un oleaje arremetiendo contra una roca. Sin embargo el choque, provocó en mi un dolor, que cuando la roca se resquebrajó, dejó pasar la ola y me quedé indudablemente naufraga.
Dani era bravo y puro, jamás le oí pronunciar una palabra de más, como tampoco oí quebrarse su voz. Él era tu vivo reflejo, o quizá tú lo seas de él, en fin...
Sin embargo, sus ojos escondía una tristeza que yo antes jamás había visto; era como si el peso del mundo le doliese. Su dolor, era tan inmenso y tan puro, que ni de su propia felicidad era capaz de gozar.
Cada vez que estaba conmigo sus ojos refulgían feroces, sin embargo, aquella pena que lo determinaba no alcanzaba a abandonarle.
Yo tenía 17 años; él 19.
Recuerdo encontrarme sentada en esta misma silla, observando aquella misma cera de enfrente.
Él estaba en aquel cajero, sacando dinero para pagar unos cafés, que al final ni siquiera tomamos.
Quizá por eso, aún no encuentro un café de mi agrado, pero nada tiene esto que ver con lo que te digo.
Volviendo a aquél día.
Todo parecía ir bien, hasta que de pronto un hombre se le acercó, navaja en mano.
Era de noche y apenas se veía nada, de hecho, de no haber sido por como cayó y por como aquel hombre salió corriendo ni siquiera me hubiese dado cuenta.
Recuerdo haber llorado, haberme acercado a él, para ver esa inmensa tristeza en sus ojos, que aparecían inertes frente a mí. Su cuerpo yacía en mis brazos, y sin embargo, la serenidad que le caracterizaba no desapareció. Aún sentía su calor en mi piel.
Y después de todo ni siquiera la muerte pareció aliviarle ese dolor que yo jamás logré comprender. "
La historia me heló la sangre, como se le heló a ella.
Sus ojos se había vuelto inescrutables, rememorando pasados sin duda dolorosos.
Aún así, pareció quedarle fuerza y garra en la mirada como para proseguir con la insensatez de un niño.
-Pero el destino nos ha unido, tú y él...
En aquel instante dejó de hablar, con la voz ya quebrada.
-Elizabeth, yo no soy él, no puedes pretender...
-¿Cómo sabes mi nombre?-Respondió alterada
Todo se tornó confuso entonces,pues aquello no era lo que yo había imaginado. "Soy el chico enmascarado" ¿como iba a decirle eso?, y sin embargo, ¿cómo iba a besarla entonces?.
-Contéstame- imploró ella con una fuerza propia de una mujer bárbara.
No hizo falta explicación alguna, mis ojos descubrieron lo que mis labios no osaban decir.
El rostro de asombro de ella, no me dejó duda alguna de que había comprendido.
-Yo no soy él, Elizabeth. No nos compares y mucho menos me sustituyas por él, no... yo...- "no lo aguantaría" pensé, no obstante- Tengo que cerrar- le dije.
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