jueves, 31 de marzo de 2011

Y después de todo...



-A veces pienso que lo calculas todo, por el mero echo de que no puedas ser lo suficientemente frívola como para controlar lo realmente primordial; tu vida.

- Quizá no te equivoques- le dije, con un tono de amargura ya impregnado en mi voz- o quizá simplemente sea esa la obviedad que induce a todo hombre al mismo error; caer en mis brazos y no poder soltarse jamás. Aún hoy hay hombres que mueren de amor.

Me giro con la única y absurda intención de atisbar temor en sus ojos; atisbo, que a mis ojos escapa:

-Los hombres mueren de amor Elizabeth, no de placer, no confundas la cordura de una buena ración del mejor de los sexos, con la locuaz locura del verdadero amor.

-¿Y quién habla de amor verdadero Mark?, dudo que mi boca haya pronunciado ante ti, barbarie tal.

-Tus ojos, ellos hablan de amor. Ellos hablan de que aún reside dentro de ti la lujuria y la insensatez de la niña enamorada que un día fuiste.

Me sorprendió descubrir el matiz (sutil) de sus palabras :" la niña enamorada que fuiste" y no "la que debiste ser".
A veces, Mark, cuyo perfil era el de un joven insondable y sin "dos dedos de frente" conseguía sorprenderme hasta el punto de llegar a resquebrajar la ya insondable (o la casi insondable) armadura que bien llevaba ceñida a mi cuerpo:

-Elizabeth, no temas. Sé bien que tu alma yace marchita en algún recoveco de tu inhóspito corazón, pero es más, sé que tú alma aún está dentro y...

-¡TÚ NO SABES NADA!

-Elizabeth, déjame enseñarte a amar.

Aquel niñato, desgarbado y consentido, provocó una erupción de sentimientos encontrados que sin duda alguna hubieran estallado en la profundidad de mi más absoluta soledad, pero que allí, en compañía de un necio (un necio demasiado guapo) no llegaría a florecer jamás.

-Querido Mark, tú nunca has aprendido a amar. ¿Pretendes acaso que el alumno enseñe al maestro?, no sigas con tu escéptico cinismo, sola me basto y me sobro.

Me giré empujando la puerta con la esperanza de que Mark desapareciese tras ella, mas supe, en el mismo instante en que su mano rozó mi brazo, que aquello, no acabaría en infortunio.

Su mano, se deslizo altanera y arrogante por mi brazo, con la seguridad de un amante experto, mas esta vez, su piel ardía de una forma expectante, casi anhelante, de una sinceridad que yo jamás (o eso creía) había depositado en él.

Agarró con delicadeza mi cintura, acercándome suavemente a su pecho. Su cuerpo, se contrajo cuando rozó el mío, como si mi presencia hubiese intimidado la suya propia.

Entonces fui yo, como hechizada, que sucumbí a unos encantos jamás vistos en aquel hombre.

Deposité mi mano en su hombro, con una suavidad y anhelo que yo apenas recordaba como propio, y sin embargo él, no me poseyó, como cualquier hombre hubiese poseído a una mujer.

Rozó mi labio con los suyos de una manera tan inocente y desintencionada, que fui yo la primera sorprendida. Entonces, clavó su mirada en mis ojos, y tras un susurro que identifiqué a duras penas como un :" yo te enseñaré a amar", se despidió de mi, dejándome una vez más a las puertas de una felicidad que se me antojaba casi inalcanzable.






viernes, 25 de marzo de 2011

Se consume como la colilla de un cigarro



Busca, a tientas, el mechero y enciende con desgana su llama. Ella, acerca los labios carnosos al fuego, y prende el cigarrillo colgado de su boca. El humo asciende por la habitación, mientras un palito de nicotina juguetea en sus largos dedos. Ella parece inusualmente altiva (más si cabe)

-Me sorprendió tu visita- sonríe de manera quizá escéptica- y tus flores. Me recuerdan a la primavera- hace un mohín y pega una calada- bah! ¡Qué diré! como si creyese en la primavera... susurra.

Yo me remuevo a su lado incómodo por el sudor que se ha quedado adherido a mi cuerpo. Está hermosa (exuberante)

-Tenía la esperanza de que no me cerrases la puerta (en las narices). Pero tú no eres de esas ¿verdad?

-¿De esas?, no sabía que tuviese distintivo cual caramelo en una tienda de golosinas, y resulta que de vez en cuando me torno golosa...

Ella me besa.
El humo recorre mi boca, su lengua recorre la mía haciendo extravagantes figuras (posturas que sin duda su cuerpo podría realizar y que harían las delicias de cualquier hombre)

-Me refiero a las flores, no son de tu estilo, ni los caramelos... ni el tabaco tampoco. Elizabeth - le digo, mirándole a los ojos (como ciertamente, nunca había mirado)- en realidad tú no eres "de ningún tipo", eres auténtica, inimitable.

Ella se ríe.

-Querido Mark, hace tiempo que no soy más que una copia barata de lo que algún día fui. Ya no queda más que la colilla del cigarro a medio consumir en mis labios.




jueves, 17 de marzo de 2011

Manzana ja-ja-ja (y casi me lo creo)


"Toda esta mierda sabe a manzana, y yo... ¡vegetariano!".

No lo dudé ni medio instante, me hice una raya (más), y me sentí (por descontado) como un niñato empedernido y arisco, con un regusto amargo a sudor y goteo en la frente.

-¿Vienes guapo?

"La muy puta... y después de todo lleva siendo así, desde que la conozco. Me coloca y luego me la coloca hacia arriba. La sugestión no viene mal (de vez en cuando)".
Si tuviese conciencia, o si no se hubiese dedicado a desaparecer siempre que la necesito, quizá mi vida hubiese sido decente, pero desde luego no lo era. A mí no me hubiese gustado ser yo, y sin embargo "me toca joderme, para variar. Pues ale! a joder (que es lo que toca)"

Así que le cogí la mano. La mía sudorosa, apretaba con ansía (casi ficticia) la suya, que estaba casi más rasposa que la propia, quizá por su oficio : "La muy puta..."

-Hoy suenas un tanto apático, ¿no crees?- me dijo una voz

Aquello me irritó más que la escasa empatía de aquella mujer de oficio, que tras una paga (quizá demasiado desmesurada) se marchó, con el rabo entre las piernas, dinero suficiente para una cena caliente (y posiblemente para su chulo) y dejándome a mí con dolor de cabeza, sin sexo y escuchando al petardo aquél.

-Coge mi consejo. Vete a la mierda

Dicho esto me marché, con una sensación de nada a la que ya estaba acostumbrado. Mañana la manzana estaría podrida, y él dándome por culo de nuevo. Cogí mi moto y me marche, con la esperanza de que la noche aún tuviese arreglo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

historias de antaño



-Sigues aquí- Le dije.

"Como si no lo supiese" me regañé. Mis aturullado pensamientos no habían podido evitar, esconderme tras la puerta y observar de cuclillas (y cuando ella no parecía percatarse) aquella figura que se recalcaba en el fondo de la mesa redonda de la esquina.

Su mirada, parecía perdida observando, cauta,( y si se me permite la observación, recelosa) los adoquines de la calle de enfrente.

Las horas no parecieron pasar para ella, pues sus ojos, no se tornaron en momento alguno aburridos o exasperados, como los mío propios se había vuelto, cuando, con la brillantez de la niñez, me dí cuenta de que no parecía esperarme a mí.

Sin embargo ahí estaba, recostada contra el fino respaldo de la alta silla redonda, sin que en ningún momento nadie hubiese aparecido desde la acera de enfrente llevándosela consigo.

-Claro, aún no me has servido café- me dijo, tornando la vista hacia mí por primera vez desde que su larga espera durara.

En un principio su respuesta me pareció inflexiva y altanera; llegó a parecerme real hasta punto tal, que a punto estuve de servirle un café con una inmensa sonrisa de disculpa. Sin embargo, su sonrisa me hizo entrever que obviamente, me esperaba.

-Dejémonos de obviedades- le dije, con una voz que no reconocí como propia- ¿acaso no estás aquí para contarme el extraño motivo por el cual tus ojos han empezado a centellear?

Por un momento pareció sorprendida, mas enseguida pareció reponerse. Se llevó una mano a la boca, rasgando con sus dientes lo que parecía ser una manicura perfecta (no esperaba reacción tal por su parte, lo cual me dejó más trastocado a mí que a ella; parecía impenetrable) y tras este bravo (e impactante) gesto, se recostó contra el respaldo, cual gallina clueca que calienta los huevos de sus crías.

-Realmente tenéis un parecido indudable...- Y tras estás palabras comenzó su historia.

"Quizá no sea necesario explicar cuán dolorosa es la pérdida de un ser querido, como tampoco debería serlo, el saber que yo amé con la intensidad misma de un oleaje arremetiendo contra una roca. Sin embargo el choque, provocó en mi un dolor, que cuando la roca se resquebrajó, dejó pasar la ola y me quedé indudablemente naufraga.

Dani era bravo y puro, jamás le oí pronunciar una palabra de más, como tampoco oí quebrarse su voz. Él era tu vivo reflejo, o quizá tú lo seas de él, en fin...

Sin embargo, sus ojos escondía una tristeza que yo antes jamás había visto; era como si el peso del mundo le doliese. Su dolor, era tan inmenso y tan puro, que ni de su propia felicidad era capaz de gozar.
Cada vez que estaba conmigo sus ojos refulgían feroces, sin embargo, aquella pena que lo determinaba no alcanzaba a abandonarle.

Yo tenía 17 años; él 19.

Recuerdo encontrarme sentada en esta misma silla, observando aquella misma cera de enfrente.

Él estaba en aquel cajero, sacando dinero para pagar unos cafés, que al final ni siquiera tomamos.

Quizá por eso, aún no encuentro un café de mi agrado, pero nada tiene esto que ver con lo que te digo.
Volviendo a aquél día.

Todo parecía ir bien, hasta que de pronto un hombre se le acercó, navaja en mano.
Era de noche y apenas se veía nada, de hecho, de no haber sido por como cayó y por como aquel hombre salió corriendo ni siquiera me hubiese dado cuenta.

Recuerdo haber llorado, haberme acercado a él, para ver esa inmensa tristeza en sus ojos, que aparecían inertes frente a mí. Su cuerpo yacía en mis brazos, y sin embargo, la serenidad que le caracterizaba no desapareció. Aún sentía su calor en mi piel.
Y después de todo ni siquiera la muerte pareció aliviarle ese dolor que yo jamás logré comprender. "

La historia me heló la sangre, como se le heló a ella.
Sus ojos se había vuelto inescrutables, rememorando pasados sin duda dolorosos.

Aún así, pareció quedarle fuerza y garra en la mirada como para proseguir con la insensatez de un niño.

-Pero el destino nos ha unido, tú y él...

En aquel instante dejó de hablar, con la voz ya quebrada.

-Elizabeth, yo no soy él, no puedes pretender...

-¿Cómo sabes mi nombre?-Respondió alterada

Todo se tornó confuso entonces,pues aquello no era lo que yo había imaginado. "Soy el chico enmascarado" ¿como iba a decirle eso?, y sin embargo, ¿cómo iba a besarla entonces?.

-Contéstame- imploró ella con una fuerza propia de una mujer bárbara.

No hizo falta explicación alguna, mis ojos descubrieron lo que mis labios no osaban decir.
El rostro de asombro de ella, no me dejó duda alguna de que había comprendido.

-Yo no soy él, Elizabeth. No nos compares y mucho menos me sustituyas por él, no... yo...- "no lo aguantaría" pensé, no obstante- Tengo que cerrar- le dije.


martes, 8 de marzo de 2011

...



Aún hoy tengo la sensación de que aquél chico, escondía tras esa máscara insondable, tan conocida por mis vulnerables (aunque egocéntricos) instintos, un recuerdo (aunque leve) de una vida pasada conmigo.

"Dani, estás, estás..." Mis palabras aparecían revolcándose en la cama con mi lengua, ya que ambas, apenas podían proferir sonido alguno, (a excepción quizá de mis tartamudeos), pero la emoción, ya apenas contenida, que sentí no fue si no fruto de una insondable espera y mal que me pese una insignificante esperanza.

Sin embargo su negativa, y el color de sus ojos, me hicieron ver, que el hombre que antaño había amado con la intensidad misma de un bravo oleaje, había muerto.

Así que tragué (una vez más) mis insondables lágrimas de acero y con un orgullo, fuera de lugar, y la altanería propia de mi condición (de cabezona psicótica), no hice si no jugar al juego efímero, que la soledad y el dolor habían enseñado, a mi ya marchito corazón no tan insondable. El pobre, yacía agujereado y aún así, insistía en seguir latiendo.

-He debido de equivocarme, las mañanas pueden resultar un tanto engañosas... anoche no dormí demasiado bien, quizá por el revuelo que había.
-¿Dónde?
-En mi cama por supuesto, ¿dónde si no iba a dormir?. No estarás insinuando quizá, que tiendo a dormir en cama ajena, ¿no?

El no supo donde esconderse, de aquello no me cabía duda. Si algo me había enseñado el tiempo, era a tergiversar a mis anchas, las palabras, un tanto jocosas, que mi boca tenía tendencia a soltar.

-No ... yo... esto...

Se revolvió el pelo, tal y como yo (por algún motivo más bien obvio) esperaba que hiciese. Sin embargo, un acto de valentía (que nada tenía que ver con el amor pasado al cual yo con tanta intensidad amé) salió disparado de sus labios.

-Bueno no importa, en cualquier caso, tendrás tiempo de sobra para contarme aquel revuelo, esta noche.

Y con una vuelta, un tanto teatral entró a la cocina de la cual no volvió a salir hasta bien entrada la tarde.

Mientras tanto, y sin saber bien impulsada por qué (o por quién) me senté a esperar.

lunes, 7 de marzo de 2011

La taza de café


Froté una vez más el cristal, intentando (ya por pura cabezonería) que la mancha saliese y quedase "como tiene que ser". Sin embargo, por mucha especulación que hubiese en mi mente, la mancha no saldría del cristal, de la misma forma que la pelirroja mujer no saldría de mi mente.

Suspiré. El olor a café impregnaba cada esquina, ya ni el olor a limpiador conseguía nublar mis sentidos; era el inconfundible olor del mejor café de la ciudad.

Humeante y esponjoso, salía en tazas de cerámica blanca, decoradas con motas doradas y una pequeña flor (que yo de casualidad había descubierto) blanca en el anverso de la taza, esperando quizá a que alguien descubriese, su seguro muy secreto, secreto escondido.

De pronto la campanilla sonó, repiqueteando en la puerta con un din-din metálico.

-¡Marissa, atiende tú, estoy ocupado!

Marissa siempre había sido mi mentora, la que había permitido que aún conservase la cabeza en su sitio, tras aquella lejana locura, que aún hoy me acechaba. Sin embargo no salió de la cocina, ni hizo amago de hacerlo (¿Fue intencionado?. Posiblemente) así pues me giré, trapo en mano, y con un " Bienvenido a...", me quedé atónito.

Ella pareció aún más sorprendida que yo, lo cuál no hizo si no preguntarme :"Acaso no fui yo quién llevó aquella máscara?" Quizá no.

miércoles, 2 de marzo de 2011

...


Me hubiese gustado saber qué escondía aquella hermosa máscara, sin embargo, algo en mi interior me dijo que quizá fuese mejor no saberlo; yo le hice caso, "la vocecita" no solía hablarme (se pasaba los días de vacaciones y tan solo aparecía de visita, cuando la duda me frecuentaba) y yo tenía por norma hacerle caso, pues sabido era, que solía ser muy lista.

Así que no insistí, ni le pedí un acto de sinceridad tal como el mío a él. Él tampoco tuvo iniciativa alguna; qué le llevó a no moverse no lo sé, sin embargo algo tuvo que ser (sin duda).

Él miro, con el rostro aún oculto tras su máscara festiva. Se acercó a mí y me besó, lentamente, suavemente...
Su labio inferior jugó con el mío, su labio superior acarició mi boca. Su lengua apenas jugaba con la mía, quizá demasiado tímida para indagar muy hondo.

Lo que sentí en aquel momento, fue sin duda indescriptible, sin embargo, aquel beso evocó besos anteriores dados ya hacía demasiado tiempo.

De mi rostro cayó una lágrima. No pensé que una lágrima pudiese pesar tanto, sin embargo aquella, contenía el peso del silencio (durante demasiado tiempo), de otras muchas lágrimas escondidas, de miles de secretos encerrados bajo llave en el ático de mi alma.

Y después me sentí libre. Como si un beso fuese, la llave a lo más profundo de mi alma:

-¿Te encuentras bien princesa?- me dijo
Un matiz hizo ver en su voz preocupación (quizá también algo de obsesión compulsiva, que no hizo si no halagarme aún más)

-Mejor que nunca.

Y tras un largo silencio, un beso, le arrebató el alma, como una vez, ya antaño, había hecho.