Me acerco lentamente. Cada uno de mis pasos me trae un recuerdo.
Cuatro pasos más... pasos lejanos, de antaño.
Pasos de cuando era propia, cuando mi vida era mía y me gustaba poseerla; cuando mi cuerpo vagaba al son de mis pensamientos, y mi alma danzaba al ritmo de la luna llena (como joven enamorada).
Primer paso...
Un laberinto y una voz: "¡ven, sígueme!" me dice la voz hipnótica.
Yo le sigo sin pensarlo, lo busco... él me espera.
"¿Dónde estás?" le pregunto con la voz alzada. Sé que no recibiré respuesta.
Aún me pierdo más entre árboles y sauces llorones que no desprenden lágrimas:"¿Los árboles lloraran?" me pregunto.
Yo sin embargo lloro porque lo he perdido, él no está.
Ahora el bosque deja de ser un laberinto, es una cárcel.
Ya no hay nada, todo árbol, todo movimientos se convierte ahora en prisión. Cadena perpetua.
Un paso más...
Huele a tila y melisa.
Mi madre está en la cocina preparándose una infusión.
Entreabro la puerta, como un ratoncillo en busca de queso. Apenas la veo.
Su pelo rojo y encrespado le da un aspecto atolondrado y encantador. Su cuerpo se mueve al ritmo de una música que no conozco y que ella tararea. Mi madre es hermosa.
Se gira con cuidado (sabe que estoy ahí), su intención no es sorprenderme (tengo por costumbre curiosear donde no debo) "He hecho para ti también".
Se sienta en la silla de la abuela. Hablamos, bebemos... mientras dura la infusión somos cómplices. Ella lo sabe, sonríe mientras yo me pierdo en los finos hilos del humo.
Tercer paso...
Una frase breve y sutil: "Llegarás al séptimo cielo".
Le confieso mi inocencia; le susurro que desconocía los secretos del cielo, le comento (como dejándolo caer) que desde luego y desde que está conmigo, el cielo ya no esconde secretos.
Él no dice más, sólo me observa.
Después, nos fundimos en un beso, largo, eterno... efímero; se marcha.
Yo suspiro.
Su alma es cálida y fuerte, y yo (por extraño que parezca) soy el ángel caído, el árbol torcido... que a conquistado su alma.
Me siento ladrona; ladrona de inocencias. En aquel momento no me importa.
Último paso.
Aquel hombre me mira, sin duda ansioso.
Un nuevo recuerdo, no tan lejano como el resto me invade.
"Mark, estoy lista", pero Mark no está, he tirado del hilo y éste se a roto.
Me acurruco en la estufa y lloro sin saber porqué.
Mi ángel; a evocado a mi ángel (y eso duele; duele mucho).
Así lloro, dejo que el rimel me embadurne la cara.
Me suelto el pelo y así dejo escapar mis jadeos. Duele, duele, duele...
Y de pronto él aparece, la imagen de un ángel que ya no es.
Su rostro, su mirada, su alma inocente robada...
Y lloro. Lloro como nunca antes había llorado.
Embadurno mi cara, sin importarme. Lloro, lloro...
Mi ángel me abraza, suspiro y me quedo dormida.
Vuelvo a la espesa realidad.
-Estás hermosa, mujer- me dice el hombre.
Yo lo observo.
No es guapo, ni arrogante... no es un tipo flamante, es un borracho.
Me alejo y saco una botella de vino. La descorcho y se la entrego.
-Y ahora... ¡vete!
No soy capaz de ser más fría.
-Pero, ¿y nosotros...?- murmura.
-Pobre estúpido, ¿Cuál fue tu error? pensar.
Pensaste que algún día sería tuya; bien lo sepas. Yo jamás volveré a ser de nadie.
La casa se queda vacía. Suspiro y voy a por una copa.
¡El muy mamón me a dejado sin vino!