Un día, tu vida llega a un punto inexorable, un punto de infracción inevitable, y entonces, simplemente, todo da un giro inesperado, y lo que antes era negro, se vuelve de un sutil blanco, dejando la blancura anterior postrada a los pies de la más absoluta negrura.
Yo descubriría esta verdad, aquella misma tarde.
Desde la mañana, no había parado de darle vueltas a las escasas palabras intercambiadas con aquella chica de pelo moreno.
No podía apartar de mi mente, ése inocuo pensamiento que se adueñaba de mi, advirtiéndome de que un creciente peligro me acechaba.
Pese a que comprendía que mis miedos eran infundados, posiblemente, por las extrañas palabras de la aún más extraña chica, no podía evitar sentirme acongojada y asustada al mismo tiempo.
De pronto, escuché la voz de Marcos en mi cabeza: "Se acabó Erin... Nuestra vida se separa aquí. Me voy ¿lo sabes verdad?, sí, a ti nada se te escapa. Me voy, y no vuelvo..."
Evité pensar en las últimas palabras que crucé con un chico que escasas horas antes había aparecido muerto.
Por lo poco que había podido averiguar gracias a las vagas preguntas y más vagas respuestas de aquellos viandantes que no me conocían, nadie sabía nada de su muerte.
No había indicios que hiciesen creer que el motivo fuese el robo, no había ensañamiento, no había venganza... Marcos había muerto, desangrado, y de no ser por las palabras de Rina "Que no haya muerto en vano", yo misma creería que un golpe o incluso un suicidio había terminado con su vida:
-Al fin te encuentro- bramó una voz a mis espaldas.
Me giré enfurruñada, dispuesta a criticar la costumbre de la gente de aparecer en sigilo y por la espalda, cuando observé al chico que tenía detrás.
Un escalofrío recorrió mi espalda al descubrir que aquel chico, no era un chico entendido como tal. Sus ojos negros como la noche, le conferían un aspecto diabólico y sobrenatural. En el cuello, bajo el lóbulo izquierdo de la oreja, tenía tatuada una pequeña estrella de cinco punta.
"Corre" me advirtió Marcos desde algún lugar dentro de mi cabeza.
Recordé a Rina y sus advertencias, recordé la muerte de Marcos, recordé los ojos de aquel desconocido... y sin pensarlo dos veces corrí... en vano.
Cuando desperté, me encontraba en un lugar oscuro y mohoso, cuya única luz entraba por un orificio en el techo, de lo que se me antojó una extraña cueva. La luz, bañaba un pequeño charco, que no supe bien si calificar como lago pequeño.
Junto a mí, apoyada la espalda en la pared de roca, se encontraba el chico de los ojos negros y estrella en el cuello.
-¿Dónde estoy?- le pregunté con voz ronca.
"¿Cuanto tiempo habría estado inconsciente y cómo había llegado hasta allí?"
-Haz las preguntas oportunas, Ónice- me llamó- quizá así seas respondida.
Sonrió de manera siniestra, mientras posaba sus negros y refulgentes ojos en mi pecho. Algo, aunque no supe qué, le impidió acercarse a mí (quizá pudor, mas lo dudaba), pues se quedó allí, a escasos metro de mi persona, sin mover su posición, sin variar sus gestos...
Sopesé bien las preguntas que haría, a sabiendas de que muy posiblemente no me contaría absolutamente nada que fuese trascendente, y que muy a mi pesar, a excepción de Rina, él era el único que podría satisfacer mi curiosidad, y que pese al peligro, y ante la evidente imposibilidad de una escapatoria, me convencí, de que era mejor, al menos por el momento, satisfacer única y exclusivamente mi incipiente curiosidad.
-¿Qué eres?- pregunté imaginando que aquella era la más sutil de mis preguntas.
-Tu enemigo-dijo con sorna
Acepté su respuesta de buen grado. Aquello, era algo que fácilmente podía procesar y aceptar y cuanto asumiese ahora, me ayudaría a buen seguro en algún momento.
-¿Porqué matasteis a Marcos?- aseguré, convencida de que habían sido ellos. "¿Cuantos más me estarían buscando? ¿Porqué?"
Las preguntas se agolpaban en mi cabeza, cada vez más, sin respuesta y sin sentido.
-Era tu amigo- contestó él de pronto.
Había comenzado a irritarme. Me acerqué a él enfurecida, abnegada en lágrima, mientras una feroz ira me invadía.
Agarré al chico de los ojos del color del miedo, sin darle tiempo a reaccionar y le empujé contra la pared, mezcla de la rabia e impotencia que sentía en aquellos momentos.
Sus ojos se abrieron por la sorpresa, después me apartó de un empujón tirándome al suelo. Se acercó a mí, furioso:
-¿Quieres saber qué fue de ése idiota? Murió, por que era débil. En la guerra, los débiles tienen que morir, y él lo era. Pensó que serviría de algo, salvarte, guarecerte de nosotros... pero aquí estás- se acercó aún más a mí, clavando su emponzoñada mirada en la mía- aunque no por demasiado tiempo. Disfruta de tus últimos 32 minutos de vida "alteza".
Hizo una satírica reverencia y después se marchó, por la amplia abertura del techo, unos veinte metros por encima de mi cabeza, reptando veloz cual reptil.
**Nota de autora: ^^ Bueno a partir de ahora empieza la verdadera historia; la verdadera acción ^^ Sigo un poco, a tientas, aún así espero que os guste :) besos