El salitre se me adhería a la piel llenándolo todo. Salitre en la piel, en el cabello e incluso en los pliegues de mi camisa a medio abrochar.
De pronto la vi.
Sólo era una silueta recortada a ras del horizonte, fundida en el mar y en la arena. Los pliegues de su vestido blanco se adherían a su piel, traslúcida, intuyendo unas larguísimas piernas, perdición de cualquier hombre.
Tenía los hombros echados hacia atrás como si estuviese escuchando el murmullo del viento, como si estuviese sintiendo un placer intenso...
Podía ver sus pies descalzos dibujar figuras de alquimista, remover la arena formando montículos de pasión perversa.
Su respiración era agitada, como si en medio de la roca en la que estaba recostada, hubiese empezado a tener un orgasmo.
Intenté apartar la sensación salada que lo invadía todo, revolviendo mi pelo ondulado con las manos.
No obstante, me recriminé por pensar que una mujer tan casta (a mis ojos al menos), límpida y pura (mi Artemisa) pudiese depravarse en público de aquella forma.
Mi mente (que siempre había sido muy imaginativa y más que pasional) me había jugado una mala pasada.
El sol poniente, el mar y la sal me habían hechizado... o quizá, la única que me había hechizado (si es que había hechizo tal) era ella.
Ahora que la había visto, ahora que la sentía inalcanzable como a una diosa del mismísimo Olimpo, me sentía naufrago de mis propias pasiones.
Siempre había pensado en mí como un escritor, taciturno y pasional, que hacía las delicias de las mujeres tentándolas con palabras de amor eterno que no duraban más allá de una noche, no obstante, aquella mujer, a la que yo había bautizado como Violeta, me había robado el alma.
Me la quedé mirando mientras el sol descendía en el cielo, arropando con su sonrisa luminosa la llegada de su esférica hermana, la siempre triste y enamorada, luna.
No sé en que momento se movió de allí, ni en que momento fui capaz de moverme yo mismo, no obstante, la luna brillaba límpida aquella noche.
Quise que Violeta se acercara a mí, con su vestido revoloteando alrededor de sus larguísimas piernas, desatando pasiones provistas de sentimientos que nunca antes había sentido.
Sin embargo no lo hizo...
..Y yo no pude evitar sentirla marchar, observar el vaivén de sus caderas y el remolino blanco que descubría sus piernas de infarto alejándose de mí y de mi imaginación que languidecía a cada paso que ella daba.
Creo que aquella noche me enamoré de mi Violeta, de mi Artemisa... de la silueta que se recortaba en el mar y se fundía en el agua...
...Y aún así, no fui capaz de seguirla...
El salitre lo invadía todo, y yo me pregunto si en realidad Violeta no fue un espejismo que yo cree, me pregunto si realmente fue mi musa o si en algún endiablado momento de esta aún más endiablada vida, volveré a verla.
Sólo sé, que la luna sonríe cada vez que un blanco vestido se arremolina en las piernas de una mujer que nunca es ella... Sólo sé que aún sigo esperándola, recostado en la roca que un día ella llenó con su presencia.
...Me pregunto, donde estarás... y si algún día mis palabras serán también las tuyas...