domingo, 5 de agosto de 2012

Las palabras de Violeta (sintonnison)



El salitre se me adhería a la piel llenándolo todo. Salitre en la piel, en el cabello e incluso en los pliegues de mi camisa a medio abrochar.

De pronto la vi.

Sólo era una silueta recortada a ras del horizonte, fundida en el mar y en la arena. Los pliegues de su vestido blanco se adherían a su piel, traslúcida, intuyendo unas larguísimas piernas, perdición de cualquier hombre.
Tenía los hombros echados hacia atrás como si estuviese escuchando el murmullo del viento, como si estuviese sintiendo un placer intenso...

Podía ver sus pies descalzos dibujar figuras de alquimista, remover la arena formando montículos de pasión perversa.
Su respiración era agitada, como si en medio de la roca en la que estaba recostada, hubiese empezado a tener un orgasmo.

Intenté apartar la sensación salada que lo invadía todo, revolviendo mi pelo ondulado con las manos.
No obstante, me recriminé por pensar que una mujer tan casta (a mis ojos al menos), límpida y pura (mi Artemisa) pudiese depravarse en público de aquella forma.
Mi mente (que siempre había sido muy imaginativa y más que pasional) me había jugado una mala pasada.
El sol poniente, el mar y la sal me habían hechizado... o quizá, la única que me había hechizado (si es que había hechizo tal) era ella.

Ahora que la había visto, ahora que la sentía inalcanzable como a una diosa del mismísimo Olimpo, me sentía naufrago de mis propias pasiones.

Siempre había pensado en mí como un escritor, taciturno y pasional, que hacía las delicias de las mujeres tentándolas con palabras de amor eterno que no duraban más allá de una noche, no obstante, aquella mujer, a la que yo había bautizado como Violeta, me había robado el alma.

Me la quedé mirando mientras el sol descendía en el cielo, arropando con su sonrisa luminosa la llegada de su esférica hermana, la siempre triste y enamorada, luna.

No sé en que momento se movió de allí, ni en que momento fui capaz de moverme yo mismo, no obstante, la luna brillaba límpida aquella noche.

Quise que Violeta se acercara a mí, con su vestido revoloteando alrededor de sus larguísimas piernas, desatando pasiones provistas de sentimientos que nunca antes había sentido.
Sin embargo no lo hizo...
..Y yo no pude evitar sentirla marchar, observar el vaivén de sus caderas y el remolino blanco que descubría sus piernas de infarto alejándose de mí y de mi imaginación que languidecía a cada paso que ella daba.

Creo que aquella noche me enamoré de mi Violeta, de mi Artemisa... de la silueta que se recortaba en el mar y se fundía en el agua...
...Y aún así, no fui capaz de seguirla...


El salitre lo invadía todo, y yo me pregunto si en realidad Violeta no fue un espejismo que yo cree, me pregunto si realmente fue mi musa o si en algún endiablado momento de esta aún más endiablada vida, volveré a verla.
Sólo sé, que la luna sonríe cada vez que un blanco vestido se arremolina en las piernas de una mujer que nunca es ella... Sólo sé que aún sigo esperándola, recostado en la roca que un día ella llenó con su presencia.

...Me pregunto, donde estarás... y si algún día mis palabras serán también las tuyas...


martes, 3 de julio de 2012

subterfugios (TJ)



-....Deseé morir. Me aferré a la muerte, como un niño se aferra a la vida. Yo te había visto destrozado, inerte, con los ojos cerrados, inconsciente... Yo no deseaba vivir en un mundo en el que tú no existieses. Deseé con toda mi alma morir, acabar con todo.
Por eso cuando desperté de mi letargo y comprobé horrorizada que viviría para siempre, que matarme no era una opción, me sentí morir contigo. No puedes hacerte a la idea de lo que es morir en vida...

Zack alargó su mano hacia mí y me acarició el rostro.
Era un rostro al que le costaría acostumbrarse, porque, ya no quedaba absolutamente nada de la chica a la que un día amó.
No había rastro de esas pecas, del color caramelizado de mis ojos de antaño, ni rastro del cabello crespo y la sonrisa imperfecta... pero se acostumbraría a la belleza cegadora, a los pómulos fríos y marmóreos, a mis labios rojizos (y no sonrosados), a los ojos verdes, límpidos como esmeraldas derretidas, a mis pechos turgentes, a mi sonrisa blanca y perfecta... se acostumbraría a quedarse sin aliento de pura adoración, porque, en el fondo de su alma, con toda la intensidad de ésta, él me amaba.

-Sé lo que es morir en vida...- me miró a los ojos, como ningún humano era capaz de mirarme, sin enloquecer, y acercó su rostro al mío.

Agarraba mi nuca con fiereza, como si temiese que yo fuera a apartarme. Pero no lo hice, hinqué mis uñas, en su carne y procurando no hacerle daño, lo acerqué más a mí. Lo amaba, siempre lo había amado.
Después de seis años, él volvía a estar conmigo, y yo era incapaz de concebir un mundo sin él. Siempre había sido así, aunque ahora, las cosas hubiesen cambiado.
Yo no era la misma, y después... estaba Draco.

-...Yo también te perdí aquél día TJ, yo hubiese deseado morir contigo- Zack cerró los ojos, sumido por la pena, derrotado-ojalá nunca te hubiese pedido que...

Yo le hice callar con el dedo.
Le hubiese seguido al fin del mundo, y aquello formaba parte de mi amor incondicional. Él lo sabía, pero no por ello, dolía menos.

Besé sus labios suavemente, absorbiendo su aroma, que significaba vida. Su olor era una mezcla de champú, inocencia, after-shave y noches escapándose de casa. Olía a vida, a libertad... a anhelo.

-Me pasé seis años obligándome a vivir para matar. Necesitaba encontrarla, vengar tu muerte. Y lo hice; bajé al infierno y derroté a tu asesina...-le dije.
-...Casi te mueres- me recordó la voz serena de Draco.
-Y volvería a hacerlo- concluí.

Éste,aparecía de entre los bosques, semi-desnudo y ensangrentado, llevando tras de sí el cuerpo inerte de un jabalí de gran tamaño.
Él se acercó a mí, dejando la presa a un lado. Me dedicó una de sus extravagantes sonrisas lobunas y me acarició el pelo, como a una niña pequeña. Después, dándonos la espalda a Zack y a mí, se internó nuevamente en el bosque, esta vez, con una camiseta y unos pantalones en mano.

"Pero tú me salvaste" pensé como respuesta a su afirmación, a sabiendas de que él me escucharía. Una risa sincera y despreocupada, me confirmó lo que ya sabía.

-Le gusta pasearse medio en bolas en tus narices, y a ti ni siquiera te inquieta...- miré a Zack con curiosidad, olvidándome una vez más de Drake- sí que has cambiado.

Su comentario me hizo ruborizarme. No era un rubor como los de antaño, sinceros e intensos, si no más bien, una línea rosada que surcaba mis mejillas, con delicadeza. Aunque, aquello, ya era demasiado para alguien cuya vida (en el sentido estricto de la palabra) hacía años se había sesgado.

-¿Debería?
-Supongo- él se encogió de hombros. El momento mágico había pasado- no es normal, ¿sabes?
-Nada lo es...
-Lo sé...- suspiró mientras se levantaba del suelo- voy a encender el fuego, limpia tú al animal, ¿quieres?- yo asentí con la cabeza. Él, dudó un instante, después, me besó suavemente en los labios y añadió- yo también sé jugar a este juego...
...voy a buscar al lobo...


martes, 29 de mayo de 2012

Sentimientos encontrados y balas perdidas (Frío)



Llevaba una rebeca marrón echada en los hombros, y una camiseta cedida por el uso, que apenas sí le tapaba las nalgas.

Elle, apagó el cigarrillo y observó la ciudad, que, desde el vigésimo piso, parecía diminuta.

Recordó la discusión que había mantenido con Eric hacía un par de horas, y los momentos de tensión que había sentido (aunque, su orgullo, como cabía de esperar, no le permitió demostrarlo) al creer que perdería a Dave para siempre.
Por unos instantes se imaginó cómo sería el mundo sin él, y con las lágrimas agolpadas en sus pupilas descubrió, asustada, que si él ya no estaba ya no le quedarían más fuerzas para seguir luchando. Un mundo sin Dave, era un mundo vacío, sin sentido.

Por eso, cuando Eric le sacó la bala del hombro y discutieron, ella, lo echó de casa con el pretexto de que su hermano, convaleciente (por su estúpida culpa y su absurdo ego), necesitaba descansar y no, a un "energúmeno" (le dijo) que no paraba de reprocharle el hacer las cosas "siempre mal".
Después Elizabeth lloró como hacía tiempo no hacía.
Eran lágrimas amargas, lágrimas llenas de un amor que ella no lograba comprender y por el que (no lo dudaba un insignificante instante) daría la vida. Y (se dijo a si misma) resultaba irónico, que fuese justo la vida de él la que estaba en juego.
Lágrimas ácidas y no saladas, que le provocaban nauseas y vértigos... porque ¡cuánto le costaba admitirlo! se había enamorado, y deseaba huir de él, de sus juegos, de su sonrisa, de la tersa piel de su cuerpo, de la miel de sus labios... pero no podía. Ya era demasiado tarde. Estaba atrapada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, así que, decidida a no seguir escapando de una sombra que la perseguía y maniataba (y sí, se refería precisamente, a esa sensación vertiginosa de caer y caer al vacío, sin sentir nunca llegar al fondo. De este amor que la estaba matando (consumiéndola como la colilla de su cigarro)), salió de la terraza y entró en el salón.
Dio un par de vueltas sin sentido, hasta que, con mano temblorosa, abrió la puerta de su cuarto, y se sentó junto a su cama, ahora, ocupada por el maltrecho chico al que ella misma, horas atrás, había disparado.


Cuando Dave despertó, de madrugada, y con la fiebre algo más baja, Elizabeth, aún seguía a su lado, con los ojos hinchados y la nariz enrojecida por el llanto.

Él se revolvió, y con una mueca de dolor, observó aturdido como su mano derecha colgaba en la cabecera de la cama, rodeada de una esposa plateada. Sentía el cuerpo rígido, y una tirantez que le resultaba familiar, en el hombro izquierdo (no era la primera vez que le disparaban).

Observó a la mujer que permanecía callada, con el semblante serio mas relajado. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no derrumbarse...

-Me has disparado?
-...
-Por qué?
-Quiero que hables con Eric...
-¿Y no podías habérmelo pedido? como las personas normales...
-No hubieses accedido...
-... No- reflexionó él, con una sonrisa en los labios- no lo hubiese hecho.
-Además- sonrió ella a su vez- yo no soy una persona normal... soy mejor...
-Sí... y por eso eres mía...
-¿eso crees?
-Ven...- hizo un gesto con la cabeza para invitarla a su lado.

Ella se acercó cautelosa, y se acurrucó junto a él, en la cama. Le miró a los ojos, y espero a que él hablara.

-Después de todo, Elle- suspiró- no puedes hacerte a la idea, de lo muchísimo que te amo.
-Pero que...
Él la hizo calla con un beso, suave, lento... un beso que decía, "tranquila cariño, aún tenemos todo el tiempo del mundo para entendernos... para querernos, y para perdonarnos"

-Elle, no sé si lo sabes... pero tú eres el amor de mi vida.



lunes, 19 de marzo de 2012

Marta y Camille (sintonnisón)


Se revolvió en la cama, y palpó el lado izquierdo del colchón, con la mano. Revolvió un poquito las sábanas, como para asegurarse que no se había hecho diminuta, y después, confirmada la sospecha de que se había ido volvió a dormirse, perezosa.

Marta no se despertó hasta un par de horas después, de que Camille (o Cam, como a ella le gustaba) hubiese abandonado su lecho.
Primero abrió un ojo y después, el otro.
Sus ojos relampagueaban, más azules que nunca, después de una relación que había implicado algo más que sexo, pero menos compromiso que cualquier tipo de relación que fuese más allá de una noche. Se había acostado sobria y despertado totalmente ebria.
Sacó tímida un pie de la cama, después el otro, y los metió en sus zapatillas de conejitos blancos, y se aseguró de que todo estaba bien.

Lo primero que observó fue que no había sangrado, después se dijo, el sexo lésbico no podía haberle roto su séptima tripa, ni haberle hecho sangrar... Todo se había limitado a caricias furtivas, deseos escondidos, lenguas en partes más que recónditas, y miradas ávidas de más.

Fue a tomarse una taza de chocolate bien caliente, mientras analizaba su situación.
Nunca antes en su vida había hecho algo tan tremendamente inesperado como aquello, y lo cierto era que no le había gustado.
No porque Cam no fuese fantástica, o porque no supiese dónde acariciar... sino más bien porque ella era tímida, y el mundo le daba vueltas y más vueltas... y no podía evitar sentirse estúpidamente cohibida y vergonzosamente (no quería decirlo, pero lo pensó) sucia.

Y no fue este sentimiento culpa de Camille, ni de que las dos fuesen mujeres... se dio cuenta la pequeña Marta (que no tenía más de 19 años) de que el sexo le provocaba siempre las mismas nauseas.
Le pasó con Joaquín, pensó, y ahora también con esa chiquilla que encontró en un bar, con el pelo corto y esos ojitos marrones y pequeños. No, Cam era increíble... pero algo dentro de ella no debía de funcionar del todo bien.

No quiso preocuparse demasiado por cómo habían sido las cosas en su vida... a fin de cuentas, ese fulgor en la mirada le hacía sentirse hermosa y a ella con eso le bastaba.

Tenía una vida bonita, y no todos podían decir lo mismo. Vivía sola, estudiaba, se marchaba a trabajar al bar y después volvía a casa.

Echaba de menos a Tulús, ese gato Mau que un día por casualidad entró por su ventana y se quedó con ella, hasta que murió de anciano. Era un gato precioso, de pelaje gris moteado... a ella le encantaba creer que el michino se disfrazaba de cebra cada carnaval, por eso, ella siempre iba vestida de gatito, porque era como un trueque. Un cambio de personalidad(es)

El móvil vibró sobre la mesa de la cocina, dónde la noche anterior lo había dejado, mientras Marta se besaba con la mujer más maravillosa que nunca había conocido. Tenía miedo... pero estaba acostumbrada a ser frágil, y escurridiza...

Cogió la llamada. Era un número que conocía, pero que nunca hasta ese momento había visto, ni siquiera recordaba haberle dado el número a Camille...

-Estoy desnuda, en el bar... ¿vienes?
-Sí...


miércoles, 22 de febrero de 2012

Carta 176 (cartassinremitente)


Ella: Pues... hacía frío ¿sabes?
Y no te creas que era precisamente halagüeña la posibilidad de encontrarme con mi hermana en medio de un bareto de mala muerte, de estos en los que confunden un Mojito, un vodka Sour, un Gin Tonic y a tu madre (sí la ven claro)

Pues ahí estaba yo, sentada en la barra del bar, no encima por supuesto, en una de estas fulgurantes sillas que se giran a nada que le des una calada al maldito cigarrillo, con un hombre que apenas conocía de ¿cuánto? ¿una borrachera a medias, dos polvos y un encontronazo casual? bebiendo algo fresquito que hacía arder el gaznate.
Creo que llevaba lima, pero no lo recuerdo... era fuerte pero también ligero, como las conversaciones sobre sexo.

Creo que me entiendes, es un tema interesante como poco y embriagador en el mejor de los casos; incluso sorprendente... de consistencia más o menos intensa, pero a la vez llevadero. Un día se habla entre nosotras, y otro día se habla en una clase de educación sexual a cuatro niñatos de quince años que no tienen nada mejor que hacer que hacerse un par de pajas. Pero eso tampoco a cambiado...

Yo: El bar, Annie, el bar...

Ella: Sí, sí, perdona... pero me entiendes ¿no? Una bebida que no pasa desapercibida pero cuyo nombre no recuerdas. Como los hombres...

Yo: No todos se olvidan...

Ella:Claro... no todos, pero no es mi caso. Te hablo de él, del bareto y de mi Mojodkatonic era...

Yo: ¿Mojodkatonic?

Ella: Sí (sonrisa llena de vitalidad que me da una envidia tremendamente asquerosa), ya te he dicho que en estos sitios nunca sabes que es exactamente lo que te dan para beber. Así que nada, estaba pelándome de frío, mientras la garganta me ardía (debía de ser fuerte) y un hombre que no lo hacía nada mal me hablaba de vete tú a saber que temas. Y es que me estaba volviendo loca... ¿Sabes a lo que me refiero?...

Yo: Déjalo, Ann...

Ella: Aún falta la mejor parte...

Yo: No querida, la mejor parte ya me la he perdido... (pienso en ti) Tú tienes tus pretextos, y yo mis artífices, mis creaciones diáfanas. No te culpo, pero... déjame tranquila, mientras te terminas esta copa. No te confundas, es un Daiquiri (y también una quimera)

No tenía nada mejor que decirle, así que no le he dicho nada mejor.
¿Que no sé lo que es que me vuelvan loca?
Pues creo que es como hablar de sexo (para seguir con el ejemplo, vaya), hablando en términos generales.
Decides la postura, el momento, la persona... piensas en los preservativos (y no tanto en los preparativos), las velas, los aromas, la música... pero luego nada sirve de nada, porque tu cama sigue vacía, el disco a dejado de girar y en la habitación sólo huele a mierda, a tu propia mierda (la que te echas encima y la que te echan los demás) Así que que no me tomen por ilusa.

Porque tú ya me decías que Annie era de todo menos una buena compañía, y precisamente ahora, me doy cuenta de que tenías muchísima razón. Creo que no sabe escuchar porque nunca ha sabido entender, y es que esa era tu maldita especialidad. Escucharme, entenderme.
Pero es lo que me viene pasando desde que tengo memoria; me doy cuenta de las cosas cuando ya están demasiado lejanas, perdidas en el tiempo casi, como para alcanzarlas con mis pequeñas manos.
Porque sí, siguen siendo pequeñas y finitas, con los dedos de pianista que nunca supieron tocar una nota. Estos que acariciaban tus muslos cuando te recostabas en las esquinas de mi inocencia perdida... (estos que siguen echándote de menos)

Quiero dejar de divagar...

No quiero convertirme en un Jim Morrison cualquiera, no quiero ser una estrella del rock estrellada, humillada hasta el final; muriéndome de pena en un inodoro de un bareto como el que frecuentó Annie, con un hombre extraño y poco sutil.

En realidad sólo quiero tomar las riendas de mi vida, pero tampoco estoy dispuesta a dejar de estar cabreada contigo. No estoy dispuesta a que se me olvide este daño, a perder mi entidad por completo (aunque me temo que ya poco le queda) y a dejar esta malsana obsesión de escribirte.

Porque te has marchado... y quiero seguir culpándote por eso. Porque guardarte rencor es mejor que guardarte el luto. Porque sí cariño... aún me haces falta

Contéstame, ¿quieres?

(Carta número 176)

martes, 21 de febrero de 2012

Sintonnisón (II)


Da igual donde mire...

En el rincón más apartado de la mesilla que descansa, medio cubierta de polvo, junto a mi cama (junto a nuestra almohada), las entradas de ese partido de vete a saber qué equipo (tampoco me interesaban mucho tus aficiones, cuando me hablabas de canchas, césped, balones y jugadores engalanados por no hacer nada. Así me van las cosas...) que llevan meses caducadas, como los yogures que se esconden entre las baldas vacías del frigorífico que más calor da en todo el mundo. ¿Sabes que vibra un poquito cada vez que le das un abrazo? sí claro que lo sabes... como siempre.

O el folleto ese que me trajo mi madre con las clases de arte, que tenían que haberme pintado una sonrisa a base de azules y rojos, brochas grandes y pequeñas y cuadros a medio dibujar. Porque, en mi fino recorrido (en esta puta vida), yo nunca he dejado de dibujar cuadros a medias, y de crear lineas rectas curvas.
Esperaba que quizá alguien me enseñase a colorear, pero era pequeña, y me perdí las clases en las que te enseñaban a no salirte de la línea negra y gruesa del dibujo. Así que no sé, mi madre, parece tener intenciones de enmendar lo que ya no tiene arreglo, porque está claro que no puedo encontrar lo que ya he perdido. Y si me he perdido en el tiempo, estoy segura (convencida incluso) de que el tiempo no me devolverá. Así que nada.

O la pistola que me trajo el otro día Illin, porque, tú siempre has sabido que ese negrata medio chiflado, me quiere más de lo que piensa. Me pone tan al alcance de la mano, la puta muerte que luego olvida las balas.
Y supongo que es precisamente por eso, porque me adora, igual que puede adorar a 50 Cent o incluso a Cenit (porque este Illin es de todo menos un negrata cualquiera. Ay si le hubiese pillado aquella noche...) que no se atreve a matarme.
Así que tú me dirás, para qué coño quiero yo una pistola sin vida, si ya no tengo fuerzas ni para recoger mi vestido rojo de la tintorería (¿tú te crees que me voy a bajar al moro a ver qué encuentro? nada... eso de matarme queda descartado).

He pensado en llenar la pistola de flores, para darte una patada en el culo, de esas que tú y yo sabemos, pero nada... no me apetece bajar al parque (que se está demasiado feliz) o gastar dinero en unos seres (serecitos mejor dicho) que se van a marchitar antes de que les salga moho a mis pretextos.

O la garantía de ese jarrón de imitación que ya me he encargado de romper. ¿Tú de verdad sabes lo que es tener la sensación de vivir en un manicomio? a no... claro... ¡pues me estás volviendo loca!
Porque ya me dirás tú para que necesito tus recuerdos, si yo solita me alimento de un aire ennegrecido y de las despedidas a medias. Porque ya me dirás tú que coño pintas en mi puta vida si ya te has marchado...

Espero respuesta...
(Carta número 226)

miércoles, 11 de enero de 2012

Sintonnisón (I)


Y en ese mismo instante, mientras la lluvia azota las ventanas con salvajismo erótico, ella se presenta con tanta ilusión entre sus labios mojados, que ya no le importa saber que morirá al amanecer. Porque entre la luna, aún se filtran rayos de sol en su piel.

-Mátame hasta desangrar mi alma.
-Dime que será solo esta noche.
-Prométeme el cielo si luego no vas a entregarlo.
-Perdóname...
-Deshazme en amor entre sábanas vacías de ilusiones.

Los dos amantes se besan, se susurran lo que ninguno puede explicar.

Entonces, Ithaniel abre los ojos y jadea, consciente de que Carol está a su lado, sudorosa y sedienta de su amor.
Por entre las rendijas de las persianas, que cuelgan flácidas sobre las ventanas, que ahora, no sabe bien si por uso o desuso, amarillentas, se cuelan fulgurantes rayos de su delito. Alumbran ténuemente el cuerpo de la mujer a la que ama, y a quien le está prohibido querer.

-Mírame- le suplica ella.

Él fija sus ojos en las pupilas iris verde de sus ojos, como esmeraldas. Refulgen como los de una gatita recién salida de un baño. Tiembla levemente, entre asustada y vencida, y aún así, piensa él con resignación, es la valiente de entre los dos.

-Bésame ahora, como si fuese...
-... El último beso- sentencia él.
-El primer beso- corrige ella- como aquella noche de lluvia, ¿la recuerdas?- asiente- me cogiste de la cintura...
-...Tropecé- sonrisa triste, llena de un amor escéptico.
-..Sí, la vida se rige de tropiezos, de cosas que nunca debieron ser- le agarra el mentón, mientras lo disculpa. Lo ama y disculparía cualquier cosa que él hiciese "Morir de amor" se dice- Pero nosotros, nosotros cariño, nacimos para tropezarnos una y otra vez. Por eso, porque aquella noche, después, como queriendo disculparte me diste un beso. Un beso hermoso, que lo cambió todo.
-Había discutido con mi mujer Carol- se defiende. No se arrepiente de haberse equivocado al casarse, se arrepiente, quizá, de no saber amarla bien. A ella, a su verdadero amor- Y ahora vamos a tener un hijo...
-...Todo Ithaniel, todo es todo...- Ella le sonríe, en una promesa de amor eterno- y ahora cariño, debes marchar y darle a ella, todo cuando hoy me has dado a mí...

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