lunes, 19 de marzo de 2012

Marta y Camille (sintonnisón)


Se revolvió en la cama, y palpó el lado izquierdo del colchón, con la mano. Revolvió un poquito las sábanas, como para asegurarse que no se había hecho diminuta, y después, confirmada la sospecha de que se había ido volvió a dormirse, perezosa.

Marta no se despertó hasta un par de horas después, de que Camille (o Cam, como a ella le gustaba) hubiese abandonado su lecho.
Primero abrió un ojo y después, el otro.
Sus ojos relampagueaban, más azules que nunca, después de una relación que había implicado algo más que sexo, pero menos compromiso que cualquier tipo de relación que fuese más allá de una noche. Se había acostado sobria y despertado totalmente ebria.
Sacó tímida un pie de la cama, después el otro, y los metió en sus zapatillas de conejitos blancos, y se aseguró de que todo estaba bien.

Lo primero que observó fue que no había sangrado, después se dijo, el sexo lésbico no podía haberle roto su séptima tripa, ni haberle hecho sangrar... Todo se había limitado a caricias furtivas, deseos escondidos, lenguas en partes más que recónditas, y miradas ávidas de más.

Fue a tomarse una taza de chocolate bien caliente, mientras analizaba su situación.
Nunca antes en su vida había hecho algo tan tremendamente inesperado como aquello, y lo cierto era que no le había gustado.
No porque Cam no fuese fantástica, o porque no supiese dónde acariciar... sino más bien porque ella era tímida, y el mundo le daba vueltas y más vueltas... y no podía evitar sentirse estúpidamente cohibida y vergonzosamente (no quería decirlo, pero lo pensó) sucia.

Y no fue este sentimiento culpa de Camille, ni de que las dos fuesen mujeres... se dio cuenta la pequeña Marta (que no tenía más de 19 años) de que el sexo le provocaba siempre las mismas nauseas.
Le pasó con Joaquín, pensó, y ahora también con esa chiquilla que encontró en un bar, con el pelo corto y esos ojitos marrones y pequeños. No, Cam era increíble... pero algo dentro de ella no debía de funcionar del todo bien.

No quiso preocuparse demasiado por cómo habían sido las cosas en su vida... a fin de cuentas, ese fulgor en la mirada le hacía sentirse hermosa y a ella con eso le bastaba.

Tenía una vida bonita, y no todos podían decir lo mismo. Vivía sola, estudiaba, se marchaba a trabajar al bar y después volvía a casa.

Echaba de menos a Tulús, ese gato Mau que un día por casualidad entró por su ventana y se quedó con ella, hasta que murió de anciano. Era un gato precioso, de pelaje gris moteado... a ella le encantaba creer que el michino se disfrazaba de cebra cada carnaval, por eso, ella siempre iba vestida de gatito, porque era como un trueque. Un cambio de personalidad(es)

El móvil vibró sobre la mesa de la cocina, dónde la noche anterior lo había dejado, mientras Marta se besaba con la mujer más maravillosa que nunca había conocido. Tenía miedo... pero estaba acostumbrada a ser frágil, y escurridiza...

Cogió la llamada. Era un número que conocía, pero que nunca hasta ese momento había visto, ni siquiera recordaba haberle dado el número a Camille...

-Estoy desnuda, en el bar... ¿vienes?
-Sí...


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