martes, 21 de febrero de 2012

Sintonnisón (II)


Da igual donde mire...

En el rincón más apartado de la mesilla que descansa, medio cubierta de polvo, junto a mi cama (junto a nuestra almohada), las entradas de ese partido de vete a saber qué equipo (tampoco me interesaban mucho tus aficiones, cuando me hablabas de canchas, césped, balones y jugadores engalanados por no hacer nada. Así me van las cosas...) que llevan meses caducadas, como los yogures que se esconden entre las baldas vacías del frigorífico que más calor da en todo el mundo. ¿Sabes que vibra un poquito cada vez que le das un abrazo? sí claro que lo sabes... como siempre.

O el folleto ese que me trajo mi madre con las clases de arte, que tenían que haberme pintado una sonrisa a base de azules y rojos, brochas grandes y pequeñas y cuadros a medio dibujar. Porque, en mi fino recorrido (en esta puta vida), yo nunca he dejado de dibujar cuadros a medias, y de crear lineas rectas curvas.
Esperaba que quizá alguien me enseñase a colorear, pero era pequeña, y me perdí las clases en las que te enseñaban a no salirte de la línea negra y gruesa del dibujo. Así que no sé, mi madre, parece tener intenciones de enmendar lo que ya no tiene arreglo, porque está claro que no puedo encontrar lo que ya he perdido. Y si me he perdido en el tiempo, estoy segura (convencida incluso) de que el tiempo no me devolverá. Así que nada.

O la pistola que me trajo el otro día Illin, porque, tú siempre has sabido que ese negrata medio chiflado, me quiere más de lo que piensa. Me pone tan al alcance de la mano, la puta muerte que luego olvida las balas.
Y supongo que es precisamente por eso, porque me adora, igual que puede adorar a 50 Cent o incluso a Cenit (porque este Illin es de todo menos un negrata cualquiera. Ay si le hubiese pillado aquella noche...) que no se atreve a matarme.
Así que tú me dirás, para qué coño quiero yo una pistola sin vida, si ya no tengo fuerzas ni para recoger mi vestido rojo de la tintorería (¿tú te crees que me voy a bajar al moro a ver qué encuentro? nada... eso de matarme queda descartado).

He pensado en llenar la pistola de flores, para darte una patada en el culo, de esas que tú y yo sabemos, pero nada... no me apetece bajar al parque (que se está demasiado feliz) o gastar dinero en unos seres (serecitos mejor dicho) que se van a marchitar antes de que les salga moho a mis pretextos.

O la garantía de ese jarrón de imitación que ya me he encargado de romper. ¿Tú de verdad sabes lo que es tener la sensación de vivir en un manicomio? a no... claro... ¡pues me estás volviendo loca!
Porque ya me dirás tú para que necesito tus recuerdos, si yo solita me alimento de un aire ennegrecido y de las despedidas a medias. Porque ya me dirás tú que coño pintas en mi puta vida si ya te has marchado...

Espero respuesta...
(Carta número 226)

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