miércoles, 22 de febrero de 2012

Carta 176 (cartassinremitente)


Ella: Pues... hacía frío ¿sabes?
Y no te creas que era precisamente halagüeña la posibilidad de encontrarme con mi hermana en medio de un bareto de mala muerte, de estos en los que confunden un Mojito, un vodka Sour, un Gin Tonic y a tu madre (sí la ven claro)

Pues ahí estaba yo, sentada en la barra del bar, no encima por supuesto, en una de estas fulgurantes sillas que se giran a nada que le des una calada al maldito cigarrillo, con un hombre que apenas conocía de ¿cuánto? ¿una borrachera a medias, dos polvos y un encontronazo casual? bebiendo algo fresquito que hacía arder el gaznate.
Creo que llevaba lima, pero no lo recuerdo... era fuerte pero también ligero, como las conversaciones sobre sexo.

Creo que me entiendes, es un tema interesante como poco y embriagador en el mejor de los casos; incluso sorprendente... de consistencia más o menos intensa, pero a la vez llevadero. Un día se habla entre nosotras, y otro día se habla en una clase de educación sexual a cuatro niñatos de quince años que no tienen nada mejor que hacer que hacerse un par de pajas. Pero eso tampoco a cambiado...

Yo: El bar, Annie, el bar...

Ella: Sí, sí, perdona... pero me entiendes ¿no? Una bebida que no pasa desapercibida pero cuyo nombre no recuerdas. Como los hombres...

Yo: No todos se olvidan...

Ella:Claro... no todos, pero no es mi caso. Te hablo de él, del bareto y de mi Mojodkatonic era...

Yo: ¿Mojodkatonic?

Ella: Sí (sonrisa llena de vitalidad que me da una envidia tremendamente asquerosa), ya te he dicho que en estos sitios nunca sabes que es exactamente lo que te dan para beber. Así que nada, estaba pelándome de frío, mientras la garganta me ardía (debía de ser fuerte) y un hombre que no lo hacía nada mal me hablaba de vete tú a saber que temas. Y es que me estaba volviendo loca... ¿Sabes a lo que me refiero?...

Yo: Déjalo, Ann...

Ella: Aún falta la mejor parte...

Yo: No querida, la mejor parte ya me la he perdido... (pienso en ti) Tú tienes tus pretextos, y yo mis artífices, mis creaciones diáfanas. No te culpo, pero... déjame tranquila, mientras te terminas esta copa. No te confundas, es un Daiquiri (y también una quimera)

No tenía nada mejor que decirle, así que no le he dicho nada mejor.
¿Que no sé lo que es que me vuelvan loca?
Pues creo que es como hablar de sexo (para seguir con el ejemplo, vaya), hablando en términos generales.
Decides la postura, el momento, la persona... piensas en los preservativos (y no tanto en los preparativos), las velas, los aromas, la música... pero luego nada sirve de nada, porque tu cama sigue vacía, el disco a dejado de girar y en la habitación sólo huele a mierda, a tu propia mierda (la que te echas encima y la que te echan los demás) Así que que no me tomen por ilusa.

Porque tú ya me decías que Annie era de todo menos una buena compañía, y precisamente ahora, me doy cuenta de que tenías muchísima razón. Creo que no sabe escuchar porque nunca ha sabido entender, y es que esa era tu maldita especialidad. Escucharme, entenderme.
Pero es lo que me viene pasando desde que tengo memoria; me doy cuenta de las cosas cuando ya están demasiado lejanas, perdidas en el tiempo casi, como para alcanzarlas con mis pequeñas manos.
Porque sí, siguen siendo pequeñas y finitas, con los dedos de pianista que nunca supieron tocar una nota. Estos que acariciaban tus muslos cuando te recostabas en las esquinas de mi inocencia perdida... (estos que siguen echándote de menos)

Quiero dejar de divagar...

No quiero convertirme en un Jim Morrison cualquiera, no quiero ser una estrella del rock estrellada, humillada hasta el final; muriéndome de pena en un inodoro de un bareto como el que frecuentó Annie, con un hombre extraño y poco sutil.

En realidad sólo quiero tomar las riendas de mi vida, pero tampoco estoy dispuesta a dejar de estar cabreada contigo. No estoy dispuesta a que se me olvide este daño, a perder mi entidad por completo (aunque me temo que ya poco le queda) y a dejar esta malsana obsesión de escribirte.

Porque te has marchado... y quiero seguir culpándote por eso. Porque guardarte rencor es mejor que guardarte el luto. Porque sí cariño... aún me haces falta

Contéstame, ¿quieres?

(Carta número 176)

martes, 21 de febrero de 2012

Sintonnisón (II)


Da igual donde mire...

En el rincón más apartado de la mesilla que descansa, medio cubierta de polvo, junto a mi cama (junto a nuestra almohada), las entradas de ese partido de vete a saber qué equipo (tampoco me interesaban mucho tus aficiones, cuando me hablabas de canchas, césped, balones y jugadores engalanados por no hacer nada. Así me van las cosas...) que llevan meses caducadas, como los yogures que se esconden entre las baldas vacías del frigorífico que más calor da en todo el mundo. ¿Sabes que vibra un poquito cada vez que le das un abrazo? sí claro que lo sabes... como siempre.

O el folleto ese que me trajo mi madre con las clases de arte, que tenían que haberme pintado una sonrisa a base de azules y rojos, brochas grandes y pequeñas y cuadros a medio dibujar. Porque, en mi fino recorrido (en esta puta vida), yo nunca he dejado de dibujar cuadros a medias, y de crear lineas rectas curvas.
Esperaba que quizá alguien me enseñase a colorear, pero era pequeña, y me perdí las clases en las que te enseñaban a no salirte de la línea negra y gruesa del dibujo. Así que no sé, mi madre, parece tener intenciones de enmendar lo que ya no tiene arreglo, porque está claro que no puedo encontrar lo que ya he perdido. Y si me he perdido en el tiempo, estoy segura (convencida incluso) de que el tiempo no me devolverá. Así que nada.

O la pistola que me trajo el otro día Illin, porque, tú siempre has sabido que ese negrata medio chiflado, me quiere más de lo que piensa. Me pone tan al alcance de la mano, la puta muerte que luego olvida las balas.
Y supongo que es precisamente por eso, porque me adora, igual que puede adorar a 50 Cent o incluso a Cenit (porque este Illin es de todo menos un negrata cualquiera. Ay si le hubiese pillado aquella noche...) que no se atreve a matarme.
Así que tú me dirás, para qué coño quiero yo una pistola sin vida, si ya no tengo fuerzas ni para recoger mi vestido rojo de la tintorería (¿tú te crees que me voy a bajar al moro a ver qué encuentro? nada... eso de matarme queda descartado).

He pensado en llenar la pistola de flores, para darte una patada en el culo, de esas que tú y yo sabemos, pero nada... no me apetece bajar al parque (que se está demasiado feliz) o gastar dinero en unos seres (serecitos mejor dicho) que se van a marchitar antes de que les salga moho a mis pretextos.

O la garantía de ese jarrón de imitación que ya me he encargado de romper. ¿Tú de verdad sabes lo que es tener la sensación de vivir en un manicomio? a no... claro... ¡pues me estás volviendo loca!
Porque ya me dirás tú para que necesito tus recuerdos, si yo solita me alimento de un aire ennegrecido y de las despedidas a medias. Porque ya me dirás tú que coño pintas en mi puta vida si ya te has marchado...

Espero respuesta...
(Carta número 226)