martes, 16 de octubre de 2018

Y amó

Y la acarició. De la misma forma que se acarician las palabras. De la misma apasionada forma en que surge un beso. De la misma infantil forma en la que se forjan los secretos. De esa forma la acarició. De esa forma la quiso.
Y mientras la quería bajo el manto de estrellas, y mientras sus dedos acariciaban curvas imposibles y mientras sus labios besaban pasiones desatadas y mientras los secretos dejaban atrás su infancia... él se enamoró de ella.

Y para cuando terminó de amarla aquella noche, Orfeo se supo condenado. Le habían avisado de que el amor sería su quimera, de que la pasión sería su flecha... pero cuando desoyó los consejos de su padre y marchó hacia Ädulag el guerrero más joven de la tribu de los Kae-talish firmó su sentencia de muerte. Y también la de su amada.
Sin embargo allí en el suelo recostado justo a Eurídice toda condena le parecía poca por ese segundo eterno. Si tuviesen que preguntarle de nuevo y si tuviese que volver a vender su alma, sin duda, una y mil veces lo volvería a hacer. Bajaría al mísmisimo inframundo a buscar a su amada y engatusaría al gran Caronte en la Laguna Estigia.No sentiría miedo, ni pena, ni gloria... ya no podría sentir nada que no fuese un amor infinito y efímero por la beldad que se desvanecía poco a poco junto a él.

Y lloró. 
Y amó como sólo aman los mortales.

Y la acarició. De la misma forma que se acarician los sueños. De la misma apasionada forma en que surge el deseo que después escapa entre escalofríos. De la misma infantil forma en que se forjan las alianzas. De esa forma la acarició. De esa forma la quiso.
Y mientras la quería bajo el manto de estrellas, y mientras sus dedos acariciaban  curvas imposibles y mientras sus labios besaban su sexo y mientras los secretos rompían alianzas... él se despidió de ella.

Imagen de back and white, couples, and guy

lunes, 3 de septiembre de 2018

Abismos de cristal



Han pasado los años...

Hoy te miro a través del cristal que te separa de mí y del mundo y pienso para mis adentros que te he perdido para siempre. La habitación en la que te encuentras, aséptica y acolchada, inunda mis sentidos con el característico olor a hospital. El cubículo es inusitadamente grande y aún así apenas hay espacio para tus gritos y tu llanto que imploran que esto acabe de una vez. La cama, igual de blanca que todo aquello que te rodea, yace empequeñecida en el costado que parece mecerte en sus brazos.

Hasta hace apenas 3 segundos tú eras como los colores cálidos del arco iris y yo, como los tristes colores azulados que colgaban de entre tus dedos. Todo sonrisas y todo olor a jabón y desodorante. Ahora me pregunto si no estarás pensando en ella o si tus ocurrencias de niñato no colgarán de sus azuladas gafas de pasta. Me pregunto si sigues oliendo a jabón e inseguridades o si por el contrario tus sonrisas te envalentonan y hueles a victoria. Si no olerás a libertad.

Amelia. La versión castellanizada de Amélie. Me la imagino así por que al igual que ella su ingenuidad y su creatividad llenan tu mundo de fotos, de recuerdos y de melancólicas melodías de piano. La llamo así porque al igual que a la francesa, la odio. La imagino bajita y un poco llena pero con una de esas sonrisas de catálogo que dan envidia por lo endiabladamente sinceras que son. Imagino sus labios delgados pintados con carmín marrón destacándose de la camiseta azul con alas de mariposa que lleva. ¿Ella te hace volar?

En tu casa de cristal decoras las paredes con bosquejos de nuestras iniciales entrelazadas. Quizá por impotencia, golpeas las paredes y lloras pensando que nunca más volverás a verme. ¡Dios! ¿Por qué me parte el corazón verte así?. Quiero sacarte de allí, quiero acurrucarte en mis brazos y decirte que no pasa nada, que todo saldrá bien...¿por qué no me dejas?

Acaricio el cristal que separa nuestros mundos y pienso en las veces que acariciaba tu pelo lacio y enredado. Aún recuerdo las bromas que hacíamos cuando creíamos que aquella debía ser tu herencia africana y cuando te decías que eras adoptado. Por los ojos verdes. Por los dedos de pianista. Por la sonrisa perfecta. Por el olor a jabón.
En un rincón de la nada miras hacia mí y contemplas el vacío que nos divide. Hacía mucho que no miraba dentro de tus ojos y siento, cada vez que los miro, que hayamos acabado así.

Te veo desde dentro de mi casa de cristal y no entiendo por qué me contemplas desde el otro lado de la ventana. A tú lado hay una pequeña mujer que te mira como si no hubiese nadie más en el mundo. Que tú. ¿Es eso lo que veías cuando me contemplabas con él?. De repente siento una punzada de dolor al ver tus manos entrelazadas a las suyas y sé que aunque hasta hace 3 segundo eras mío, ya no. Ya nunca más. Y grito por dentro porque siento que hayamos acabado así. Porque esta sea la despedida definitiva y tú no puedas oírla.

Tú desde tu abismo.

Yo desde el mío.