Tingher, 6 de marzo
Desde que era pequeña me había dedicado a contemplar los verdes campos que circundaban la pequeña casa que compartía con mi madre Telva y mi hermana pequeña Daena. Me fascinaban las colinas verdes manzana que parecían danzar al ritmo del viento, las flores que inundaban el aire de aromas dulces y frescos, que olían aún mejor que los jabones de lilas y azucenas de la tienda de Emma la jabonera.
Me gustaba aquel pueblo de jóvenes mujeres que vivían solas y libres, alejadas de aquellos hombres que tiempo atrás las habían herido.
Amaba dedicarme a cantar con los gorriones que al alba se posaban en las copas de los chopos, a leer bajo la sombra de los fresnos. Durante el día, recolectábamos las frutas de los naranjos y las higueras, las flores de los ciruelos silvestres y los lapachos rosados. Amasábamos pan y ordeñábamos a las cabras que correteaban libres por los campos.
Cuando la noche caía, nos embutíamos las botas de piel de ciervo y arco en mano nos adentrábamos en los bosques dormidos y cazábamos. Yo amaba aquel momento.
Desde que era pequeña había soñado con el momento en el que al fin pudiese salir de caza con el resto de cazadoras del poblado. A la edad de siete años las iniciadas salían con un arma al bosque. Cada año era la patrona la que decidía que arma debía ser empleada para la caza y entonces comenzaba el juego. Aquellas que cogían una presa y sobrevivían para contarlo serían acogidas en el círculo de las cazadoras, las temibles Vástigas.
Había oído narrar a Elda tantas y tantas historias sobre la noche de las Vástigas que no podía esperarme a ser iniciada. Y al fin, había llegado esa noche:
-Estáis aquí reunidas ante vuestras maestras. Después de ésta noche unas pocas seréis nuestras hermanas, otras en cambio, lloraréis vuestro fracaso. Pero pensad-la patrona nos miró una a una sin detenerse más de lo debido en ninguna de las insignificantes chiquillas que la mirábamos entre admiradas y temerosas- que sólo las más fuertes merecen proteger a nuestro pueblo de las bestias que anidan en las fauces del bosque. Partid ahora- alzó su mano izquierda- empuñando vuestra daga. El arma ha sido seleccionada. Que los espíritus del bosque protejan vuestras almas.
La líder de las Vástigas dió media vuelta con su capa plateada ondeando al viento y de un salto desapareció por entre los árboles. Entonces dio comienzo la primera de mis innumerables noches de caza...
...lo que no sabía era lo que ocurre cuando el cazador se enamora de su presa.