Llevaba una rebeca marrón echada en los hombros, y una camiseta cedida por el uso, que apenas sí le tapaba las nalgas.
Elle, apagó el cigarrillo y observó la ciudad, que, desde el vigésimo piso, parecía diminuta.
Recordó la discusión que había mantenido con Eric hacía un par de horas, y los momentos de tensión que había sentido (aunque, su orgullo, como cabía de esperar, no le permitió demostrarlo) al creer que perdería a Dave para siempre.
Por unos instantes se imaginó cómo sería el mundo sin él, y con las lágrimas agolpadas en sus pupilas descubrió, asustada, que si él ya no estaba ya no le quedarían más fuerzas para seguir luchando. Un mundo sin Dave, era un mundo vacío, sin sentido.
Por eso, cuando Eric le sacó la bala del hombro y discutieron, ella, lo echó de casa con el pretexto de que su hermano, convaleciente (por su estúpida culpa y su absurdo ego), necesitaba descansar y no, a un "energúmeno" (le dijo) que no paraba de reprocharle el hacer las cosas "siempre mal".
Después Elizabeth lloró como hacía tiempo no hacía.
Eran lágrimas amargas, lágrimas llenas de un amor que ella no lograba comprender y por el que (no lo dudaba un insignificante instante) daría la vida. Y (se dijo a si misma) resultaba irónico, que fuese justo la vida de él la que estaba en juego.
Lágrimas ácidas y no saladas, que le provocaban nauseas y vértigos... porque ¡cuánto le costaba admitirlo! se había enamorado, y deseaba huir de él, de sus juegos, de su sonrisa, de la tersa piel de su cuerpo, de la miel de sus labios... pero no podía. Ya era demasiado tarde. Estaba atrapada.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, así que, decidida a no seguir escapando de una sombra que la perseguía y maniataba (y sí, se refería precisamente, a esa sensación vertiginosa de caer y caer al vacío, sin sentir nunca llegar al fondo. De este amor que la estaba matando (consumiéndola como la colilla de su cigarro)), salió de la terraza y entró en el salón.
Dio un par de vueltas sin sentido, hasta que, con mano temblorosa, abrió la puerta de su cuarto, y se sentó junto a su cama, ahora, ocupada por el maltrecho chico al que ella misma, horas atrás, había disparado.
Cuando Dave despertó, de madrugada, y con la fiebre algo más baja, Elizabeth, aún seguía a su lado, con los ojos hinchados y la nariz enrojecida por el llanto.
Él se revolvió, y con una mueca de dolor, observó aturdido como su mano derecha colgaba en la cabecera de la cama, rodeada de una esposa plateada. Sentía el cuerpo rígido, y una tirantez que le resultaba familiar, en el hombro izquierdo (no era la primera vez que le disparaban).
Observó a la mujer que permanecía callada, con el semblante serio mas relajado. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no derrumbarse...
-Me has disparado?
-...
-Por qué?
-Quiero que hables con Eric...
-¿Y no podías habérmelo pedido? como las personas normales...
-No hubieses accedido...
-... No- reflexionó él, con una sonrisa en los labios- no lo hubiese hecho.
-Además- sonrió ella a su vez- yo no soy una persona normal... soy mejor...
-Sí... y por eso eres mía...
-¿eso crees?
-Ven...- hizo un gesto con la cabeza para invitarla a su lado.
Ella se acercó cautelosa, y se acurrucó junto a él, en la cama. Le miró a los ojos, y espero a que él hablara.
-Después de todo, Elle- suspiró- no puedes hacerte a la idea, de lo muchísimo que te amo.
-Pero que...
Él la hizo calla con un beso, suave, lento... un beso que decía, "tranquila cariño, aún tenemos todo el tiempo del mundo para entendernos... para querernos, y para perdonarnos"
-Elle, no sé si lo sabes... pero tú eres el amor de mi vida.